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Detalle de la manifestación en Málaga el pasado jueves. ÑITO SALAS
La mitad del mundo

La mitad del mundo

Línea de fuga ·

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Domingo, 11 de marzo 2018, 10:46

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Me gusta leer y escuchar a la poeta María Eloy-García porque habla y escribe abierta en canal, sin darse coba ni lástima, con sentido del humor y de la batalla. Por eso cuando esta semana preparamos una cobertura especial con la excusa del Día de la Mujer sobre los roles femeninos en la cultura de la ciudad, su nombre saltó en mi cabeza como una espoleta. Así que la llamé para preguntarle si quería participar y, como siempre, aceptó. Y tuvo un gesto que me hace tenerle aún más ley: me pidió mandar sus respuestas por escrito, en apenas un rato. En medio del 'aquí te pillo, aquí te grabo' que suelen traer estos trabajos casi extraña esa manera de manejarse, pero ahora que lo pienso, es decir, que lo escribo, me doy cuenta de que quizá a ella le pase lo mismo, que le da mejor a la cabeza cuando le da también a la tecla. La primera pregunta iba sobre la discriminación hacia las mujeres en el negocio literario. Y respondía: «La mayoría de los referentes que tenemos en la poesía son masculinos con todo su imaginario y todas sus frustraciones. En la poesía la mirada es clave y una mirada representa lo que eres (o lo que quieres ser) y lo que sientes. Si la heredad es el canto masculino, nuestra mirada con respecto a la poesía también lo será. Nos perdemos una parte importante entonces».

Las palabras de María me hicieron recordar una mañana de sábado de hace unos meses, en la habitación de casa donde tenemos los libros. Parado delante de las estanterías baratas y combadas, con la cabeza ladeada hacia la izquierda para leer los lomos de colores, comprobé que apenas había nombres de mujeres. Aquello era un terreno abonado de hombres escribiendo de hombres y así mi pequeña biblioteca iba creciendo como un campo de nabos, por usar la metáfora agrícola que suele aplicarse en estos casos. Pensé en quitarme de aquello como me quité del tabaco, de un día para otro, con un paquete a la mitad, que en este caso era un libro, el último de Paul Auster. Como tengo entre mis manías anotar en el bloc de notas del teléfono móvil los libros que se cruzan en mi camino y que me gustaría leer, le eché un ojo a la pantalla: otro campo de nabos. Sólo en el nivel freático brotaban ellas. Quizá era buena señal, porque habían sido las últimas anotaciones: 'Nueva ilustración radical' de Marina Garcés, 'El entusiasmo' de Remedios Zafra y 'La flor púrpura' de Chimamanda Ngozi Adichie. Compré los tres libros con la devolución del último de Auster, que lo tenía repetido porque me lo habían traído los Reyes Magos por encargo de mi tío Paco, que conoce bien mi paladar.

Y justo ahí todavía dura el regusto de esos libros. 'Nueva ilustración radical' ha pasado a la carpeta de mi disco duro íntimo donde guardo 'Los condenados de la tierra' de Fanon, 'El miedo a la libertad' de Fromm y otros libros que cambiaron mi manera de ver el mundo. Apenas un cuaderno pequeñito de tapas de cartón fucsia que deslumbra en cada página, en cada idea transmitida con determinación y claridad. Escribe Garcés sobre la «condición póstuma» de nuestro tiempo, sobre la vida entendida como un 'hasta cuándo' en el trabajo, en el amor, en la familia, en el planeta mismo. Y planta cara al carácter cenizo de esta época con su reivindicación de un «radicalismo ilustrado», de la necesidad de las Humanidades para regresar al terreno de lo vivible: «El nuestro, hoy, es un combate de lo necesario contra lo imperativo».

A 'El entusiasmo' llegué como quien va al médico en busca del diagnóstico de una dolencia difusa que te acompaña desde hace tiempo. Escribe Remedios Zafra sobre los trabajadores culturales atrapados en prácticas, becas y colaboraciones, abocados a una «esperanza de vida pospuesta». Un entusiasmo que hace girar la maquinaria cultural, movida sobre todo por «mujeres creativas desempleadas y precarizadas» en «contextos cada vez más competitivos que rompen los lazos de solidaridad entre iguales». Diana.

Ahí disparan también las palabras de 'La flor púrpura', una historia de violencia física y emocional, de las tensiones que trae todo intento de liberación, la historia también de Nigeria en las manos de Ngozi Adichie, autora de 'Todos deberíamos ser feministas', que ya descansa en la leonera de la habitación del fondo. Ahora toca volver al bloc de notas del móvil, juntar unos euros, algo de tiempo y decidir entre 'Contar es escuchar' (Ursula K. Le Guin), 'Clavícula' (Marta Sanz) y 'El nervio óptico' (María Gainza). Porque en este tiempo me he perdido «una parte importante», la mitad del mundo.

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