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La mirada de la bestia
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La mirada de la bestia

JOAQUÍN L. RAMÍREZ

Domingo, 20 de mayo 2018, 09:51

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Es un nuevo y complicado reto. Ha llegado el Quim Torra. Y ello pone a la España constitucional, a la histórica, a la de tiempo inmemorial, ante un redoblado desafío frente al cuál es francamente difícil mantener la serenidad, la equidad y el respeto a la democracia y a la ley. Comandar hoy la potestad gubernamental con calma y firmeza es una tarea de la que sólo unos pocos pueden ser capaces. Y ello, a veces, sin que quieran ser entendidas las respuestas, a pesar de todo lo que nos jugamos.

Quim lleva años haciendo apología del golpe de estado y, no contento con ello, afirmando que los españoles somos -en el mejor de los casos- unas bestias; años bebiendo en las fuentes de autores como Pompeu Gener o Prat de la Riba: «nosotros los catalanes, que somos indogermánicos de origen y corazón, no queremos contaminarnos con razas semíticas inferiores como los españoles». Artículos y tuits del ultraderechista Torra expresan sin ambages un supremacismo racista y exultante de odio que le convierte en el político español potencialmente más peligroso de su tiempo. Hoy es presidente, aunque él insiste en que su papel es el de un aplicado títere; a simple vista parece dotado de un inabarcable nivel de irresponsabilidad incendiaria. Feo, racista, friki, bocazas y difícil de prever.

Toda sociedad contiene un número indeterminado de espíritus atormentados, estrafalarios y destructivos. En general no suelen conseguir contagiar su mensaje e impronta de forma masiva, aunque nunca cabe desdeñar su importancia ni su capacidad para hacerse presentes y causar increíbles estragos. A lo largo de la historia son contados los momentos en los que dirigentes populistas realmente desalmados llegan a poner en jaque la convivencia, la seguridad, la estabilidad y hasta la mismísima paz. Pero estas puntuales situaciones se producen y algunas ha habido -y muy sonadas y gravísimas- que generaron daños irreversibles y cambiaron los acontecimientos para peor y para siempre. Es por ello que no caben optimismos ciegos, pero tampoco resoluciones incendiarias que acaben por facilitar la consecución de alguno de los pasos buscados por los que tienen a su favor cualquier acción desestabilizadora. Por eso la proporcionalidad resulta esencial por puro respeto a la legalidad, eso sí, al mismo nivel que la más sólida firmeza.

A la vez se constatan dificultades añadidas que tampoco son ni pueden ser ingrediente alguno para cejar en la defensa de la legalidad y la fortaleza constitucional. La dilación indigna y temblorosa del tribunal local alemán de Slewig-Holstein cruza su patética actitud con la reincidente resolución belga. Una justicia fallida que incide en la por muchos analistas de hoy insistida adjetivación de estado fallido del que Bélgica viene siendo objeto.

Cada revés aumenta exponencialmente -si cabe- el convencimiento de que es absolutamente irrenunciable la defensa de la integridad territorial de España así como garantizar la igualdad de todos los españoles.

Todo este irracional asunto viene ya de lejos en estos últimos tiempos y su directorio está cargado de personajes y acontecimientos dañinos y errados. Hoy, tras la toma de posesión realmente gótica del 'nou president', la situación ha dado un salto verbal y de tono inequívocamente agravado. El 'prusés' sigue en una loca carrera hacia su definitivo fracaso, nunca nadie pudo pensar que mientras más insiste el independentismo mayor cohesión y unidad provoca. Disuelta Convergencia, un PdeCat deforme y amorfo se ningunea entregado a alguna de las sucesivas versiones de 'junts'. El entusiasmo de Esquerra Democrática de Cataluña -actor voluntariamente secundario- es por día perfectamente descriptible, en tanto que las CUP azuzan con éxito viendo plasmada su radicalidad blanco sobre negro. Especialmente llamativo fue observar el expreso desconcierto de los portavoces de En Comú Podem -hasta aquí de comportamiento sinuoso en todo este asunto- tras las sucesivas intervenciones de Quim Torra en la sesión de su propia Investidura. La insurrección se vuela su pie con explosivo casero e improvisado en tanto grita más y más alto. A estas alturas cabe pensar que la designación de Torra puede ser un grave error de cálculo de un Puigdemont que se nos antoja cada vez más sonado. El tiempo se acaba y los recursos tácticos serpeantes de los hasta aquí expertos han agotado el inventario. No quedan salidas, aunque sí tiempo. La democracia, como la justicia, es una inmensa pirámide garantista y parsimoniosa que nunca renuncia a sí misma.

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