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Medicina solidaria

La solidaridad es el mejor medidor directo de la fuerza que tiene la vocación de un médico, ya que pondera su capacidad de ponerse en el lugar del que está enfrente y entenderlo

CÉSAR RAMÍREZ. MÉDICO

Viernes, 6 de octubre 2017, 07:51

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El número 13 marca la cara y la cruz para los estudiantes de bachillerato que están orientados a las Ciencias de la Salud. Determina la puntuación que va a permitir a unos pocos estudiar Medicina y, por el contrario, perpetúa su leyenda de cifra del 'bajío' para una gran mayoría a los que se les cierran las puertas de la ilusión de ser herederos de Hipócrates por no poder llegar a los 12+1, que así hubiera definido la cifra limitante el difunto Ángel Nieto. Las facultades de Medicina se llenan de brillantez académica obtenida a base de matrícula de honor, y en ellas se destila y crea un ambiente de elitismo desde la teoría para preparar adolescentes al ejercicio de una profesión que es de servicio y de sacrificio y en la que los que no saben salir del «yo, mí, me, conmigo» (que diría el gran Sabina) nunca van a tener sitio, satisfacción ni recompensa profesional. Esta tendencia 'trecista', y espero no equivocarme, marca para el futuro el riesgo doble de crear un porcentaje mayor del deseado de médicos infelices por baja convicción y vocación y de cerrar las puertas de la Medicina a brillantísimos y vocacionales bachilleres que serían excelentes y dedicados médicos. El mayor privilegio que tenemos los médicos es el de servir a los demás, y los que están o quieren llegar a la Medicina para servirse de ella y buscar un beneficio que no sea el del paciente son hojas de árbol caduco.

La Medicina encuentra la mayoría de las veces su plenitud en el ejercicio de la solidaridad. La solidaridad es el mejor medidor directo de la fuerza que tiene la vocación de un médico, ya que pondera su capacidad de ponerse en el lugar del que está enfrente y entenderlo. Esta traslación es casi siempre de forma figurada, de modo que en la entrevista y en la exploración buscamos dar un sentido a sus síntomas y generar una simbiosis que permita buscar un diagnóstico y un remedio terapéutico desde el concepto y la atención de la persona como base. En otras ocasiones, la solidaridad es también física y nos desplazamos grandes distancias en busca de ese cambio de piel. Miles de médicos prestamos y cedemos de forma desinteresada cada año parte del tiempo de nuestra vida y el de nuestras familias en busca del alivio del padecimiento ajeno, que es más necesario y relevante en los países en vías de desarrollo y subdesarrollados. Los océanos, los kilómetros y las fronteras se estrechan cuando hablamos de solidaridad.

Los más vulnerables y desfavorecidos tienen la necesidad de saber que siempre van a encontrar la mano tendida del médico solidario, que sabe bien y conoce que en el dolor y en el sufrimiento todos somos iguales y que no hay nada que nos mida a todos los seres humanos con el mismo rasero como lo hace la enfermedad, que no hace distinciones de ningún tipo. Cuando te desplazas a un país lejano a ayudar lo primero que te encuentras es siempre la cercanía de lo humano, el agradecimiento en la mirada y en los gestos, el cariño del que sabe que no tiene otra cosa que ofrecerte; no hay nada más reconfortante ni que pueda justificar más el esfuerzo realizado. La experiencia de la cooperación médica internacional siempre te deja la sensación de que, por mucho que entregas y das, la recompensa que recibes está muy por encima. La cercanía de la pobreza y la necesidad vividas es, además, una invitación a reflexionar sobre los valores con los que estamos construyendo nuestras sociedades avanzadas y las cosas a las que les damos importancia en el día a día cuando tenemos lo más básico cubierto. Hay decenas de organizaciones no gubernamentales en nuestro país, obviamente sin ánimo de lucro, que organizan cada año expediciones y misiones de trabajo para médicos y sanitarios que quieran prestar su apoyo en países en vías de desarrollo; desde aquí quiero estimular a tod@s l@s compañer@s a que se animen a participar, pues es una experiencia de enriquecimiento humanista y plena satisfacción profesional que justifica nuestra vocación y da sentido a nuestro trabajo.

Desde hace pocos días estoy en Ecuador formando parte de un grupo de siete profesionales de la sanidad de nuestro país y coordinando una misión en la que operaremos a más de 150 personas sin recursos a las que, además y desde España, les aportamos todo lo necesario para estos procedimientos quirúrgicos. Hemos tenido la colaboración desinteresada e incondicional de las empresas farmacéuticas, de nuestros hospitales (públicos y privados) y de muchas personas que nos han ayudado a recopilar casi 200 Kg de material médico y quirúrgico hasta aquí. Vaya aquí, además, mi reconocimiento a la Oficina de Cooperación Internacional del Servicio Andaluz de Salud por ser la única de una comunidad autónoma que ha concedido a sus profesionales permisos de trabajo remunerados, no así los Servicios Gallegos y Madrileño de Salud que se han desentendido y obligado a sus médicos a usar parte de sus vacaciones anuales para poder participar, lo cual es del todo lamentable. Charles Dickens dijo que «nadie que haya aliviado el peso de sus semejantes habrá fracasado en este mundo»; esto, que es aplicable a todos los miembros de una sociedad, adquiere un valor multiplicativo potencial para el médico y ensalza el valor del concepto de solidaridad. No perdamos nunca la oportunidad de enriquecer nuestro rol en la vida aliviando el mayor peso posible a nuestros iguales.

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