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Margen de error

JOSÉ ANDRÉS TORRES MORA

Domingo, 17 de septiembre 2017, 10:00

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Con bastante frecuencia vemos solo aquello que queremos ver. En las campañas electorales, por ejemplo, tendemos a pensar que, como los mítines están llenos, son las encuestas las que se equivocan. Sin embargo, la noche electoral descubrimos que los mítines estaban llenos porque las malas perspectivas electorales habían movilizado a los más fieles de los nuestros. No digo que pase siempre, por supuesto, pero pasa mucho. Por eso me tranquilizo cuando la asistencia a los mítines y las previsiones de las encuestas coinciden, sobre todo si es para bien, y me inquieto cuando no coinciden.

Es muy posible que, durante las próximas semanas, cada uno de nosotros vea en las fotografías de los mítines y manifestaciones, en las encuestas, o en las entrañas de las aves, la fuerza del independentismo en Cataluña. Personalmente yo me fiaría más de las encuestas que del análisis de las entrañas de las aves, y puestos a tener que elegir, me fiaría más de una buena interpretación de lo que dicen las entrañas de las aves que del número de asistentes a los mítines.

Y para encuestas, cuando se trata de Cataluña, son muy útiles las del Centre d' Estudis d' Opinió (CEO), que es como el CIS de la Generalitat. Desde diciembre de 2014, el CEO viene preguntando varias veces al año a la ciudadanía catalana si quiere que Cataluña se convierta en un Estado independiente. En diciembre de 2014, los contrarios a la independencia eran el 45,3% de los entrevistados, y los partidarios de la independencia, el 44,5%. Dicho de otro modo, los partidarios de mantenerse unidos al resto de España ganaban a los secesionistas por ocho décimas. Teniendo en cuenta que el margen de error de la muestra del barómetro del CEO es de ±2,53, podemos considerar que había un empate técnico. Un empate que siguió, siempre con una ligera ventaja para los partidarios de permanecer unidos al resto de España, hasta junio de 2016. En esa ocasión, la ventaja se invirtió, por primera vez, a favor del independentismo, un 47,7% frente al 42,4%. Desde entonces los partidarios de la unidad han ido recobrando su ventaja y la han ampliado, y en junio de este año ganaban a los independentistas por un 49,4% frente al 41,1%. Las ocho décimas de ventaja de los partidarios de la unión con el resto de España se han multiplicado por diez hasta convertirse en ocho puntos porcentuales.

Conviene, no obstante, no sacar conclusiones apresuradas. Lo único que parece claro es que estamos frente a una sociedad dividida por la mitad en un asunto crucial. En un contexto así, alentar el enfrentamiento, aunque sea en las urnas, es tener la garantía de que, como mínimo, la mitad de la población perderá, y mucho. En estas condiciones votar puede ser una idiotez, democrática, sí, pero una idiotez. Lo sensato es dialogar para forjar un acuerdo en el que nadie lo gane todo, pero nadie lo pierda todo. Y luego votar el acuerdo. Sin embargo, son muchos los que empujan a medir fuerzas. Y, poco a poco, nos vamos quedando sin margen de error, mientras nos llama, a voces, el abismo.

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