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Marbella, amor para vivir

JOSÉ ANDRÉS TORRES MORA

Domingo, 20 de agosto 2017, 09:34

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Uno debería prohibirse a sí mismo hablar pública, y privadamente, de ciertos temas antes de haber leído, al menos, un libro sobre la materia en cuestión. Por ejemplo, en los últimos tiempos son muchas las personas que hablan del concepto de representación política como si lo hubieran inventado ellas mismas. Lo sorprendente, con todo, no es que esas personas desconozcan que el término representación tiene diferentes significados, sino que desconocen hasta el que ellas mismas le dan.

Viene esto a cuento porque, aunque ya sospechaba algo, cuando me leí el clásico de Hanna Pitkin, sobre el concepto de representación, caí en la cuenta de que tengo mis días. Es decir, que hay veces que entiendo la representación a la manera en que nos representa un retrato y días que la entiendo a la manera en que nos representa un abogado, y días en que la entiendo de las dos formas al mismo tiempo.

El día que conocí a Pepe Bernal, el hoy alcalde de Marbella, caí en la cuenta de que tenía ante mí a una persona que unía ambos significados del concepto de representante: retrato y abogado, al tiempo, de sus representados. Porque lo cierto es que Gil, y lo que vino después, difícilmente podían entenderse como un retrato del demos de Marbella, y tampoco, por muy mala opinión que se tenga de los abogados, se podían entender a esos representantes como abogados de los intereses de la ciudad. En todo caso, eran el retrato de la peor oligarquía de la ciudad, vernácula o importada, aventureros y oportunistas que se colaron por la brecha populista.

Sin duda quienes precedieron durante las últimas décadas a Pepe Bernal y sus compañeros y compañeras en el Ayuntamiento, eran representantes, incluso con mayoría, pero no representaban a la mayoría, ni en su extracción social, ni en sus intereses. La Marbella del ocio y del negocio se sostiene sobre una mayoría de trabajadores y trabajadoras para los que su ciudad no es un parque temático, ni un decorado de televisión, sino un lugar para vivir, para vivir la vida de verdad, la de los hijos, la de los padres, los amigos y los amores, la de los colegios, los centros de salud, las aceras y los aparcamientos imposibles.

Desde esa primera vez que conocí a Pepe Bernal fui consciente de que representaba a esa mayoría sociológica de una Marbella que conozco bien, el joven historiador, profesor de instituto, hijo de una familia trabajadora de la calle Leganitos, con la misma historia de mis familiares y amigos de Marbella, trabajadores y profesionales, con la misma visión de la ciudad que tienen quienes han nacido, o se han instalado en ella, para vivir y hacerse viejos y morir en su ciudad. Pensé que sería un buen alcalde y lo apoyé, incluso en contra de la opinión de algunos dirigentes de mi propio partido. Y estoy orgulloso de él como alcalde, porque representa a esa Marbella poco representada en la tele y en las instituciones: la digna, trabajadora y culta Marbella de verdad, el amor para vivir. Por eso ni quienes le van a presentar una moción de censura en unos días pueden explicar por qué lo hacen.

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