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YO TAMBIÉN SOY DE MARBELLA

CATALINA URBANEJA ORTIZ

Viernes, 8 de junio 2018, 00:04

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Cada ciudad, cada pueblo, cuenta con sus tradicionales ferias y fiestas que constituyen para sus vecinos disfrutar de unas jornadas de regocijo junto a los amigos. A pesar de su carácter ancestral, los historiadores encuentran escasos datos al respecto, acaso en las cuentas de propios cuando señalan determinados gastos originados por la cera para homenajear al patrón o las corridas de toros.

Conocemos la existencia de los espectáculos taurinos en Marbella desde tiempos muy antiguos. Mi primera referencia data de 1517 cuando el obligado de las carnicerías adquiere el compromiso de entregar a la ciudad dos toros mayores de cuatro años. En 1578, las festividades de San Juan y San Bernabé se celebraban con gran aparato, corridas incluidas, cuyo techo de gastos había sido establecido por provisión real en 3.000 maravedíes, compensados en parte con el beneficio que obtenía el hospital de la Encarnación, 187 reales en 1789 que, según su mayordomo, «rentaron las ventanas del mesón en las fiestas de toros».

De las celebraciones religiosas destacaba la Candelaria que, si bien ha desaparecido, la imaginamos similar a las de otros pueblos del entorno -Istán, por ejemplo-, con grandes fuegos en las plazas en las que los fornidos varones saltaban sobre las brasas. «Las candelas que se dieron el día de nuestra señora de la Candelaria», en el siglo XVI, supusieron a las arcas municipales un desembolso de 4.226 maravedíes, lo que indica su importancia.

Desde aquella Marbella cristiana que se consolidaba como una prometedora ciudad hasta nuestros días, tanto las costumbres como el concepto de festejos han cambiado, ahora todo es más amplio, con múltiples opciones para los ciudadanos a fin de que nadie se sienta excluido. Una fiesta que evoluciona con menos celeridad de la deseada, pues hasta hace poco su organización y protagonismo se atribuían a los hombres. Así ocurría con el pregón inaugural, igualmente encomendado a los varones con escasas excepciones pues, en los últimos cincuenta años, sólo se lo encargaron a cuatro mujeres.

Felizmente, este año nos hemos visto representadas con la figura de una pregonera, querida y conocida por todos, como ha sido Concha Montes, la voz de Onda Cero que nos informaba cada mañana de las últimas noticias y que ahora escuchamos en Marbella en la Onda, magacín que conduce junto a Julio Rodríguez.

Lleno total en las terrazas del puerto deportivo con gente predispuesta a disfrutar del aperitivo de la fiesta grande: coronación de reinas y damas, fuegos artificiales y, como no, escuchar a la pregonera. El discurso de esta periodista jienense, que lleva una treintena de años en Marbella, fue ágil, ameno e intimista. Retrató a todas las marbellas posibles: la de los que vivimos aquí, ya sea en un barrio humilde o cosmopolita, pasando por esa acogedora 'torre de Babel' de múltiples razas y nacionalidades. Confiesa abiertamente: «yo soy de Marbella, aunque nací en Jaén y allí están mi otra familia, mi infancia y mi adolescencia, que son una suerte de patria chica que siempre llevo conmigo; pero yo soy de Marbella, aunque no haya nacido aquí», dijo sin olvidarse del trío de gentilicios que impera en esta ciudad: «lo soy porque me siento marbellera, marbellí y marbellense. En realidad, creo que todos y cada uno de quienes habitamos y somos Marbella, nos sentimos de aquí porque elegimos vivir, trabajar, amar aquí. Y en cierto modo, la ciudad de los prodigios que es nuestra ciudad, nos eligió para honrarla».

Montes abogó por la permanencia de la feria de día en el casco antiguo porque «si algo hay que diferencia a la feria de Marbella de otras es, sin duda, el corazón donde palpita: el Paseo de la Alameda y su entorno». Una confesión que evidencia su profesionalidad, su implicación con el diario devenir del pueblo, y que conoce la polémica que se suscita cuando deciden cambiar de ubicación. Porque la gente prefiere pasar las tardes en torno a las intrincadas callejuelas y plazoletas que conforman el casco antiguo en lugar de tener que desplazarse a otros lugares, más despejados, pero alejados del centro.

Un pregón reivindicativo a su modo, en el que aprovechó su privilegiada tribuna para lanzar su mensaje en favor de una mayor participación femenina. Esperemos que lo consiga porque lo que se vio en las entrevistas in situ es penoso. Se preguntó a los distintos concejales su visión de la feria o se elogió el trabajo de sus delegaciones, pero ¿no colaboró ninguna mujer? Las únicas excepciones fueron Ángeles Muñoz, alcaldesa; Kika Caracuel, concejala, y la pregonera.

Con estas situaciones se acredita la invisibilidad femenina y, para evitarlo, tiene que adquirir más protagonismo y dejar de aparecer como una figura decorativa: el lazo en un paquete de regalo o la que aporta colorido con su traje de faralaes.

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