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ALEJANDRO PEDREGOSA
Jueves, 3 de agosto 2017, 07:55
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YO, como cualquier español de cuarenta y tres años, he chupado mucha tele. La infancia la pasé jugando al fútbol en las calles de un barrio marbellí (Divina Pastora), pero a partir de la adolescencia me dejé embaucar por esa caja tonta que, a la postre y sin remedio, ha modelado mi comprensión del mundo (tonta también supongo). Pues bien, en mis cuarenta y tres años de telespectador todavía no he conseguido ver un reportaje sobre Marbella donde se trate sin maniqueísmo el día a día de esta ciudad. Y no lo digo con rabia sino con absoluto asombro.
Vale que buena parte de los reportajes veraniegos parten de lo banal para llegar a lo frívolo, con lo que no podemos atribuirle a sus productores interés sociológico alguno; sin embargo, aparecen cada equis tiempo reportajes que se autoproclaman «de investigación» y que aspiran a mostrar los arcanos motivos que sustentan la singularidad de Marbella. Puede que media España se quede boquiabierta ante tamaños descubrimientos pero a los ojos del marbellí común estos programas resultan casi siempre zafios, parciales y previsibles. La mansión de turno, su dueña excéntrica, el pueblo llano refrescándose en el rebalaje, el yate en Puerto Banús, las prostitutas de lujo y algún representante tatuado de la mafia rusa. Ya está. Eso es Marbella. Se acabó la investigación.
El error, según entiendo, estriba en que se parte de un apriorismo. Conviene recordar en este sentido que la regla fundamental de cualquier investigación más o menos honesta (no digo ya científica) es desterrar los apriorismos y dejar que sean las pruebas las que generen una tesis. Este tipo de programas funcionan al revés: la tesis ya viene muy bien perfilada desde Madrid y luego, una vez en el terreno, el periodista se dedica a buscar unas pruebas que de forma inapelable le dan la razón. Hago cuentas y, con los años, los objetos de investigación han ido variando: los petrodólares saudíes; el contrabando de armas, la corrupción gilista; la mafia rusa; y este año, para asombro de muchos, el turismo de baja estofa que, según parece, nos iguala peligrosamente a Magaluf.
El desprestigio televisivo de la imagen de Marbella es algo que viene de antiguo y al autóctono ya no sorprende. Mil veces los agoreros han matado a la gallina de los huevos de oro pero otras tantas la gallina devino en Ave Fénix y siguió volando a gran altura. Semejante capacidad de supervivencia sólo se explica en lo particular, en la experiencia íntima e intransferible que cada visitante se lleva de la ciudad (y eso, ay, no lo capta el reportaje). Marbella es plural y tolerante. Todo lo admite porque, en buena medida, puede dar respuesta satisfactoria a casi todo. Desde un atardecer en la playa a un espeto de sardinas con su tinto de verano, pasando por los hoteles de lujo o las discotecas exclusivas. Si Marbella persiste es porque mucha gente encuentra aquí lo que anda buscando; es decir, esta ciudad cumple sueños. ¿Es mentira entonces lo que la tele nos cuenta? No. Es una media verdad, y cualquier aprendiz de Maquiavelo sabe que una verdad a medias es más peligrosa que la burda mentira.
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