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ANA MEGÍAS
Viernes, 16 de febrero 2018, 07:45
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Este inteligente texto de Stephen Vizinczey es sabio y clarividente y muestra la necesidad de una ética esencial en la intención y el resultado de las obras de los escritores, novelistas o dramaturgos. Aquí en España tenemos un ejemplo similar: el Tenorio de Zorrilla ademas de estar plagado de ripios, contiene una historia tan perversamente falsa como la del Fausto de Goethe. Don Juan engaña a las mujeres, comete varios delitos y al final es salvado y premiado con el amor de Inés, miembro del clero católico.
El Burlador de Sevilla de Tirso de Molina, el verdadero Don Juan, que supuso la creación del mito, comete el mismo tipo de delitos, engaña a las mujeres y al final es arrastrado al infierno por el espectro del Comendador. Este desenlace no gusta al público español, a pesar de que la dramaturgia de la obra es de una perfección inigualable y los versos son de una belleza extraordinaria. La que se ha representado siempre, durante décadas, ha sido la de Zorrilla, a partir del momento en que se escribió ha gozado del favor del público, lo que pone de manifiesto por qué después del XVII la conciencia amorosa del hombre español ha sido mas bien escasa y la política, como en nuestros días, ha carecido de grandeza y ejemplaridad.
Don Juan es como tantos hombres, un ser inseguro e irresponsable. Le asusta el futuro y solo quiere vivir el presente porque en el futuro está la muerte, así es que vive como un inconsecuente y cuando encuentra a una mujer que realmente le gusta, huye de inmediato, no en busca de una nueva conquista sino huyendo de la que acaba de encontrar. Teme quedarse junto a ella porque sabe que si lo hace se enamorará, y eso le asusta, si eso sucede vendrá el compromiso, la responsabilidad, y toda una serie de normas que pueden acabar con su libertina andadura. El problema es que Don Juan es muy apuesto, podríamos decir que es el Brad Pit de la época, ademas es un golfo, con fama de gran conquistador, y un chulo. Aspectos muy atractivos para todas las mujeres jóvenes e inexpertas, por eso ellas caen rendidas a sus encantos. Además sabe que las mujeres se conquistan a través de la palabra, cualquier gran seductor sabe que unas atractivas palabras de amor abren muchos dormitorios.
Tirso escribió la obra para denunciar la ausencia de justicia en España y la corrupción de todos, poderosos y pueblo y Zorrilla se adelantó al «todo vale» posterior del relativismo moral y cultural.
Fray Gabriel Téllez, autentico nombre del gran dramaturgo del XVII calificaba sus obras de «amables predicadoras» porque constituían, especialmente la del Burlador, una llamada de atención a la sociedad de su época. Tirso de Molina no perdona la majadería seductora de un Don Juan que es el ejemplo de la corrupción y la relajación de costumbres de la sociedad española del siglo XVII. El autor quiso advertir de la fugacidad de la vida, de la fragilidad de la existencia, de la necesidad de castigo para quien se pone las leyes por montera. Por eso si la justicia humana no alcanza al que obra mal si le espera la «justicia divina». Así la estatua de Don Gonzalo actúa de manera sabia e inexorable, con mayor determinación que el espectro de Hamlet y dice:
«Las maravillas de Dios
son, Don Juan, investigables
y así quiere que tus culpas
a manos de un muerto pagues,
y así pagas desta suerte
las doncellas que burlaste
esta es justicia de Dios:
«quien tal hace que tal pague»
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