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INTERCAMBIO EPISTOLAR

La rendición fue gestionada mediante un cruce de cartas cuyo contenido conocemos por las crónicas de Fernando del Pulgar

CATALINA URBANEJA ORTIZ

Viernes, 25 de mayo 2018, 07:44

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Con ocasión de la festividad de San Bernabé se presenta una excelente excusa para rememorar el intercambio epistolar que se produjo entre Fernando el Católico y los marbellíes, uno de los aspectos menos conocidos de la conquista de Marbella, que no fue vencida por las armas, sino por el recelo de sus vecinos a ser represaliados como los rondíes.

Las campañas de 1485 fueron decisivas para el desenlace final de la guerra, pues se anexionará a Castilla un amplio sector de tierras, entre ellas Ronda y Marbella, dos de las ciudades más importantes de la provincia. Conquistada Ronda y su Serranía, Casares, Gaucín y Sierra Bermeja, el rey acordó tomar Marbella porque, con ella, los de Málaga no podrían recibir provisiones por mar de los reinos de África.

Pero antes de entrar en Marbella se iban a producir unas negociaciones entre los musulmanes y el Rey Católico, que ponen de manifiesto las dos caras de la moneda: el temor de los marbellíes a ser castigados si oponían resistencia y el deseo del invasor de ganar esta plaza. La rendición fue gestionada mediante un cruce de cartas cuyo contenido conocemos por las crónicas de Fernando del Pulgar.

Conquistada la capital de La Serranía, don Fernando escribe a los marbellíes exigiéndoles entregasen de la ciudad a quien él enviase; a cambio, les garantizaba seguridad y libertad para marcharse al lugar que eligieran. La tardía respuesta la llevaron un grupo de vecinos encabezado por el alguacil Mohamed Abuneza. Justificaban la tardanza en contestar porque algunos estaban fuera y decidieron esperarlos antes de tomar una resolución. Finalmente acordaron el sometimiento confiando en la benevolencia del rey: «aquel que os dio el vencimiento, os de la mansedumbre para nosotros».

El monarca, tras agradecer la buena disposición, le conminó a desalojar la ciudad reiterando sus promesas iniciales que, más tarde, incluiría en las capitulaciones. Poco convencido de la buena disposición de los marbellíes y temiendo un cambio de parecer, optó por desplazarse hasta Marbella y finalizar personalmente los tratados. No tuvo en cuenta las ocho leguas que distaban desde la Serranía a la costa, un camino tan dificultoso «que los peones a gran pena lo pueden andar».

La imposibilidad de transportar la artillería por la escabrosa vía, le obliga a desviarse hacia Zahara y Arcos. Allí recibió una nueva misiva solicitando la ratificación de sus promesas y la concesión de un mes de prórroga, ya que esperaban la llegada de los principales de la ciudad, aquellos que tenían «la fabla y el consejo», desplazados a Granada y Málaga. Es lógico pensar que estos ausentes andarían buscando apoyo en estas ciudades para afrontar tan difícil situación.

Esta última propuesta no debió convencer especialmente al castellano porque, según escribe Jerónimo Zurita, desde Arcos envió a Pedro de Villandrando, conde de Ribadeo, «para que tratase con los de Marbella que se diesen, y así lo hicieron desconfiados que se les pudiese enviar socorro por los de Málaga». Villandrando se convirtió en una especie de infiltrado encargado de serenar los ánimos y llevar a cabo las gestiones que concluirían con la firma de los acuerdos.

Impaciente por terminar la campaña de ese año y, sospechando «que absente de la tierra mudarían los moros el propósito, e no la entregarían a ningund capitán que allá enbiase», emprendió la marcha, «dexando la gran artillería cerca de Zahara, e llevando algunos tiros livianos en acémilas», matiza Bernáldez.

Con su llegada estuvo a punto de desbaratar los planes de Ribadeo, pues al verles, creció de tal modo el miedo de los marbellíes, que pactaron con el conde la rendición. Este noble y sus gestiones ante las autoridades locales, pueden considerarse la avanzadilla cristiana en la toma de Marbella.

Ya en posesión de la ciudad, el rey incumplió su palabra, pues la mandó fornecer de gente y pertrechos, no sin antes expulsar a sus antiguos vecinos. Siguiendo la línea establecida en otras ciudades, liberó los cautivos cristianos y ordenó traer naves para el exilio al Norte de África.

La entrada en Marbella se produjo el 11 de junio, festividad de San Bernabé, tres días después de firmar las capitulaciones, un breve espacio de tiempo que puede justificarse en el desalojo de la ciudad. Él mismo, en carta fechada el 15 de junio comunica la conquista a Mallorca, rogando den gracias a Dios por esta victoria: «E ya ha tres dies que ens ha integrat la dicha ciutat ab la fortelesa».

La última actuación del rey Católico consistió en entregar la plaza recién conquistada a Ribadeo, «el qual fizo pleyto omenaje al Rey e a la Reyna por ella», tras lo cual se dirigió a Fuengirola por la costa de la mar. Tenía prisa por llegar a Córdoba, donde aguardaba la reina, embarazada de la infanta Catalina, su última hija.

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