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Miércoles, 14 de febrero 2018, 07:40

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Algo no cuadra en la narrativa triunfalista que nos sitúa con pie y medio fuera de la crisis. Bruselas alerta de la caída de los ingresos familiares en España, que en su retroceso timorato parece más preocupada por condenar 'memes' y canciones de hip-hop que por sus crecientes problemas de desigualdad. La «primavera del empleo» de la que hablaba Fátima Báñez ha acabado siendo más bien un otoño disfrazado, con su montón de hojas caídas. Ahí resbalan la mayoría de hogares españoles, que aguantan el chaparrón a base de condiciones laborales draconianas, contratos temporales, altas forzosas como autónomos (ideales para pavonearnos como país de emprendedores) y salarios cada vez más reducidos. Con esos retales teje el Gobierno su discurso autocomplaciente. La fórmula, aunque inhumana, funciona; el empleo de la mayoría social se precariza pero los números, como un suflé envenenado, suben lo suficiente para presentar estadísticas infladas, sin nombres ni rostros.

Más de la mitad de los pensionistas malagueños cobran una cuantía igual o inferior al salario mínimo, que este año está establecido en 735 euros. Los sueldos permanecen congelados, algo que a la ministra de Empleo debería dejarla helada, fría al menos. Ni eso. Después de tres reformas laborales en menos de una década, desde Zapatero a Rajoy, la economía española sigue sangrando por una brecha que arrincona a los colectivos más desfavorecidos. En la Costa del Sol la precariedad se ceba especialmente con los empleados del sector turístico. En esa pelea continúan las camareras de piso de los hoteles, que hace unos meses alzaron la voz para denunciar el incumplimiento sistemático del convenio de hostelería por parte de las compañías que externalizan el servicio de limpieza.

Se equivocan las cadenas hoteleras que, para ahorrar costes, subcontratan a empresas de empleo temporal para cubrir tareas que resultan primordiales. Atender las demandas de las 'Kellys', abreviatura de «las que limpian», esclavas del siglo XXI llamadas a convertirse en heroínas a la salida de la batalla judicial que han emprendido, nos concierne a todos. ¿Qué ocurriría si las camareras de piso de las decenas de hoteles malagueños que incumplen el convenio convocaran una huelga? Probablemente el sector turístico, principal motor de nuestra economía, se colapsaría. Puestos a subcontratar, quizá sería más recomendable someter a la precariedad las labores de algunos directivos y asesores. No los imagino dejándose la espalda y el ánimo mientras hacen 20 camas por día a tres euros la hora. A menudo es difícil saber quién resulta más indispensable en ciertos trabajos.

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