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Hostal cajero

Ignacio Lillo

Málaga

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Miércoles, 14 de febrero 2018, 07:39

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En la calle Cristo hay un cajero automático muy grande, de esos que tienen su puerta de cristal y se entra a una antecámara de la propia oficina. Es de las que ya no quedan casi ninguna. Se ha impuesto ese otro formato callejero, frío y de consumo rápido, como casi todo en las ciudades. Este es cálido, bien iluminado, confortable. El caso es que, con las temperaturas gélidas de estos días de atrás, la sala se ha convertido por las noches en el refugio de varias personas. Empezó siendo uno, con su bicicleta inseparable. Lo conozco del barrio, una vez me avisó de que llevaba una correa colgando de la moto y me podía pegar un leñazo importante si se me enganchaba con la rueda. Le estoy agradecido por aquello. Se va a dormir al caer la tarde, a la hora del último paseo de Nori casi siempre está ya soñando con una vida mejor. Con las bajas temperaturas le han seguido otros. A uno de estos nuevos huéspedes le vi una vez apoyar una manzana sobre una lata de cerveza para que no tocara el suelo. Han llegado otros inquilinos, pero el orden de los cartones de dormir está claro. Ante todo, hay organización y no se estorba al que entra durante la noche para lo que se supone que está hecho aquello, que es para retirar efectivo. Me gusta pensar que han llegado a algún tipo de acuerdo tácito entre sí y con los responsables de la entidad. Algo así como un pacto no escrito, posiblemente ni siquiera se haya producido de verdad. Una entente cordial, en definitiva, por la cual los moradores se instalan cuando la sucursal ya hace muchas horas que cerró sus puertas; cuando sólo quedan los que necesitan dinero metálico de última hora, y nadie, por lo que sé, se ha quejado de que no pueda hacer tal operación con compañía efímera y roncante.

Por la misma, los refugiados de la vida y de la calle, del frío, la humedad y la oscuridad, se levantan temprano y desalojan el lugar justo antes de que la sucursal abra sus puertas a los clientes. Y así, noche tras noche, al menos mientras dure el invierno, al que ya le queda poco.

Algo me dice que la entidad bancaria está al tanto de la situación, y la permite. En el cajero hay cámaras de videovigilancia y seguro que los han visto. La decisión, de quien quiera que sea, le honra como ser humano. Esta noche, de nuevo, toca descansar y desalojar temprano. A pelear las horas de luz como si fueran las últimas.

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