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El hombre que se creía algo

FRANCISCO APAOLAZA

Jueves, 28 de septiembre 2017, 09:14

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Me contaron una historia deliciosa de un embajador español en una isla del Caribe que no hace mucho tiempo dedicaba todo su esfuerzo diplomático a que en aquel territorio se le calificara como 'your Grace', en lugar de excelencia. En numerosas ocasiones, el empeño supuso diversos conflictos con el cuerpo local, para quienes el tratamiento era excesivo. Nunca consiguió que le trataran con el título de Your Grace, pero sí consiguió que todo el mundo en la isla le apodara así, cosa que quedó la mar de simpática. Además, le encantaba cantar boleros en directo, y a un embajador que canta boleros en el Caribe se le debe permitir todo.

Hay un tiempo en el que tarde o temprano a todos nos trasladan la posibilidad cierta de que lleguemos a ser lo que queramos ser. Eso nos convierte en seres osados. A mí mismo en algún momento de mi vida -llámenme loco- se me pasó por la cabeza la escandalosa idea de poder llegar a vivir escribiendo. También se me da cantar boleros.

Banderillero de César Rincón, 'fucker' de discoteca, camarero de confianza de Manuel Alcántara, boxeador en Vallecas quemando rueda en un Seat León, listo, guapo, yo qué sé. Errol Flynn... Cualquiera puede terminar creyéndose cualquier cosa. Hay personas con exquisita imaginación. En mi casa se contaba la leyenda de un hombre que de tanto empaparse de xirimiri por las calles de San Sebastián sintió cómo le habían crecido las escamas y una aletilla entre los hombros, y de pronto se había notado viscoso, se había palpado las agallas y había saltado a la bahía de la Concha convencido de que era un hombre anchoa. O Platerito, que ponía las banderillas con la boca y una noche saltó por la borda del Vaporcito de El Puerto en reivindicación por una plaza de toros para Cádiz creyendo que sabía nadar y no sabía. «Por la plaza, lo he hecho por la plaza», balbuceaba desde la camilla de la ambulancia.

Llegados a un punto, es difícil dar marcha atrás. Hay un hombre que de pronto se cree algo y se siente miembro de un pueblo elegido de entre los pueblos, oprimido en una dictadura cercenadora de libertades, responsable de una lucha histórica por la libertad del pueblo catalán. Y cuando uno se toma a sí mismo por Nelson Mandela recitando a Henley en su celda de Robben Island y se da cuenta de todo lo que se liga en las revoluciones, entonces a ver quién lo baja del carro.

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