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Hielo, tónicas y limones

Ahora parece que hay que trabajar para seguir siendo pobre

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Martes, 19 de diciembre 2017, 07:33

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Hace unas cuantas semanas nos encontrábamos en una distendida reunión de amigos en casa y decidimos darle un toque de sofisticación y de modernidad a la tarde. Impulsados por un descuento y con la pereza máxima como detonante, pedimos por una aplicación móvil que nos trajeran unas viandas absolutamente delatoras basadas en hielo, tónicas y limones. Se conoce que había ginebra. Nos dimos de alta como en un subidón y realizamos el pedido sin mayores consecuencias.

Pronto la aplicación se convirtió en la reina de la fiesta. Desde el móvil veíamos en tiempo real dónde estaba nuestro héroe, cómo circulaba por la autovía hasta llegar al supermercado. Casi podíamos adivinar con sus pasos si estaba en la sección de congelados o en la panadería. Cuando le imaginábamos en la pescadería notamos en el salón un fuerte olor a pescado fresco. Seguimos su recorrido con una atención casi obsesiva; el repartidor cogió la moto y su trayecto volvió a coger velocidad, era como la cuenta atrás de la llegada de algo que podía cambiar una vida para siempre. Justo cuando el logotipo apareció en la dirección de casa, sonó el timbre. Nos dirigimos todos hacia la puerta formando un rebaño, con el típico silencio que acompaña a toda expectación. Nuestro repartidor resultó ser un ciudadano sudamericano muy agradable que nos trajo de una manera exquisita las tónicas y el hielo y los limones y que estaba muy interesado en saber si había tardado mucho, si estaba todo lo que habíamos pedido, si estábamos contentos con el servicio ofrecido o con la tarde, en general. Nos deleitó con una amabilidad excesiva, que rozaba lo cargante, pero nos parecía todo tan simpático que estuvimos a punto de invitarle a casa a tomar unos gintonics con nosotros.

La experiencia resultó satisfactoria siempre y cuando sorteáramos el empleo de la palabra 'esclavismo'. Hicimos las cuentas y apenas había diferencia entre el precio que nos daban y el resultado de haber hecho el monumental esfuerzo de ir por nuestros propios medios al súper. Creo que eran menos de cuatro euros. Eliminando las comisiones poco se le quedaría a este señor por la hora que empleó desde que vino de Ciudad Jardín a la zona Este, y parando en un Mercadona. Ahora se ven muchos y los que van en bicicleta con esa mochila enorme se parecen a los conductores de carritos de tracción humana que se ven en algunos países asiáticos y que dan una pena tremenda. Todo esto tendría más sentido moral si los repartidores estuvieran contratados y con la garantía de un sueldo mínimo mensual. El auge del 'low cost', el empobrecimiento de las clases medias y la pereza social nos han llevado a esto, pero esperemos que el Estado o, mejor dicho, la gente siga teniendo el poder suficiente para evitar el abuso a los trabajadores y garantizar la supervivencia con unos derechos laborales básicos. Ahora parece que hay que trabajar para seguir siendo pobre. Cuando lo llamaban 'economía colaborativa' sonaba mucho mejor.

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