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Héroes olvidados

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Sábado, 2 de diciembre 2017, 09:56

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El olvido es la memoria del cobarde. No hay peor injusticia que la de no querer contarnos de uno en uno a los hombres. La gran tragedia de nuestro tiempo es la de revestir sin medida a lo vulgar y desnudar sin piedad a lo heroico. El silencio es el atajo de la mentira pactada, el tributo de los tibios y desmemoriados. No debemos darnos por vencidos y tenemos que arropar el hilo de dignidad del recuerdo de los que dieron de forma generosa su vida sin esperar ninguna recompensa.

El pasado miércoles se cumplieron catorce años de la muerte de ocho compatriotas que trabajaban en la inteligencia española en Irak. Siete de ellos murieron asesinados el 29 de noviembre de 2003, y el octavo falleció a tiros el 8 de octubre. Arriesgaban sus vidas para proteger a las tropas españolas que el Gobierno de José María Aznar había enviado en apoyo a las fuerzas estadounidenses que invadieron Irak para acabar con el régimen de Sadam Huseim. Sus trabajos de inteligencia fueron trascendentes, como después supimos, para la seguridad de muchos.

José Antonio Bernal fue sorprendido por cuatro asesinos en su casa que lo tirotearon cuando intentó escapar. Un mes después, mientras el equipo de cuatro agentes españoles destinados mostraba las características de la misión al equipo que iba a sustituirles en Navidad, fueron tiroteados sin piedad en Latifiya durante un desplazamiento por carretera. Murieron Alberto Martínez, Luis Ignacio Zanón, Carlos Baró, Alfonso Vega, José Merino, José Carlos Rodríguez y José Lucas Egea.

Conocimos el relato dramático de lo que tuvieron que pasar antes de morir, y su actitud heroica nunca debiera pagarse con la incomprensión y el olvido de nuestra sociedad. La actualidad española no ha tenido un hueco para honrar su memoria. Hemos sabido por sus familiares que en cada aniversario de aquella fatídica fecha llegaban unas flores a sus tumbas, pero por desgracia ya hace tiempo que dejaron de hacerlo. La gran tentación de nuestra sociedad acostumbrada a lo cobarde es que la apatía y el desencanto transformen al ciudadano corriente en una persona sin capacidad para valorar lo trascendente. Por el contrario, amar el mundo que vivimos y responsabilizarse de su mejoría moral es el reto valiente que llena la vida de los justos, como bien recuerda mi compañero Iván López Casanova.

Sean mis palabras hoy las flores que siempre debieran acompañar sus tumbas.

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