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Falacias del victimismo catalanista

La Tribuna ·

La actitud independentista más radical ha tomado una deriva totalmente 'emocional' e irracional, a la que le importa poco que las empresas se marchen o que los bonos catalanes tengan grandes dificultades para colocarseen el mercado de deuda pública

Diego Núñez

Viernes, 6 de julio 2018, 01:18

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T ras su estancia en Cataluña en septiembre de 1837, Stendhal anotó en sus 'Memorias de un turista' (1838): «Estos señores (los catalanes) quieren leyes justas, a excepción de la ley de aduana, que se debe hacer a su gusto. Los catalanes piden que todo español que hace uso de telas de algodón pague un precio más alto por el solo hecho de existir Cataluña. Por ejemplo, es necesario que el español de Granada, de La Coruña o de Málaga no compre los productos británicos de algodón, que son excelentes y que cuestan un franco la unidad, sino que utilice los productos de algodón de Cataluña, muy inferiores, y que cuestan tres francos la unidad». Stendhal, aparte de ser un gran novelista, entendía de estos temas, pues había trabajado en la Administración napoleónica. Su percepción era muy certera, y describe de un modo muy gráfico lo que ocurría en España en el terreno arancelario. No hubo, pues, ningún 'agravio' hacia Cataluña en el ámbito de la política económica, a pesar de las muchas quejas que puso en circulación el catalanismo político desde sus comienzos.

Dentro de la continua reinvención de la Historia que practican los catalanistas existe otro mantra, consistente en repetir una y otra vez que a partir de la Guerra de Sucesión a la corona de España (1701-1713) entre Felipe V, que introdujo la Casa de Borbón en nuestro país, y el Archiduque Carlos, Cataluña pasó a ser una colonia de España. Esta cuestión ha sido ampliamente tratada por la historiografía, que ha puesto de relieve que esta guerra no fue una guerra entre Cataluña y España, sino una contienda dinástica con participación de casi todas las potencias europeas. Hubo austracismo en Castilla, y borbónicos (y no pocos) en Cataluña. Pero el tema ha saltado de nuevo a la palestra mediática a raíz de las dos novelas publicadas recientemente por el escritor Albert Sánchez Piñol, 'Victus' (2012) y 'VAE Victus' (2015), novelas ambas que han tenido un gran impacto sobre este tema. Por cierto, como se puede leer en 'Victus', fue un castellano, el comandante militar Antonio de Villarroel, quien defendió la ciudad de Barcelona en el largo asedio que padeció en esa guerra, mientras que Rafael Casanova tuvo un papel secundario.

La insistencia de Pujol, a partir de los años 80 del siglo pasado, en controlar la educación y la lengua ha tenido una importante secuela en la situación actual del catalanismo. Han sido tres generaciones de catalanes los que se han formado con unos libros de texto, que reproducían, entre otras cosas, la re-escritura de la Historia que hemos comentado. Esto ha conformado toda una mentalidad con tintes romántico-nacionalistas, cuyos frutos los estamos viendo ahora. La actitud independentista más radical ha tomado una deriva totalmente 'emocional' e irracional, a la que le importa poco que las empresas se marchen o que los bonos catalanes tengan grandes dificultades para colocarse en el mercado de deuda pública. A veces se olvida que esta postura sentimental, ajena en gran medida a la lógica capitalista, tiene un claro entronque, sobre todo en el medio rural, con la fuerte presencia que tuvo el carlismo en Cataluña en el siglo XIX. El giro que ha tomado Puigdemont o el talante de Torra se ubican perfectamente en esta línea.

En una de mis frecuentes estancias en Alemania, tuve la oportunidad de leer en uno de los periódicos alemanes más importantes, la Süddeutsche Zeitung, editado en Munich, un artículo de Sánchez Piñol, publicado el 1 de octubre de 2017. El título del artículo es más que revelador: 'Referendum in Katalonien. Spanien ist tot' (Referendum en Cataluña. España está acabada). En él se pueden leer frases tales como «Cataluña no es solo una región de España. Nunca lo fue». El hecho de la publicación de este artículo invita a una breve consideración: los independentistas dominan como nadie «lo narrativo», un concepto que, procedente de las ciencias sociales y de la literatura, está ahora muy de moda y que resulta muy rentable a la hora de explicar de manera interesada la fundación de las naciones. La inversión que la Generalitat ha realizado en las últimas décadas en las 'embajadas' en el exterior no ha sido infructuosa. En amplios círculos de la sociedad europea ha calado su relato descalificatorio del sistema político y judicial español. Han deteriorado la imagen de España contando que aquí se vive ahora un neofranquismo, que Cataluña es un pueblo subyugado y colonizado por un Estado opresor, o que en España hay en consecuencia 'presos políticos'. Por eso, es muy de alabar la reciente intervención en Washington del embajador Morenés ante el discurso difamatorio de Torra. Ya era hora de que el Gobierno español se pusiera a contrarrestar en el extranjero el relato independentista. Es también muy positivo que el ministro Borrell haya enviado a los embajadores una circular instándoles a imitar el ejemplo de Morenés en situaciones parecidas.

Por otra parte, los datos económicos que se manejan en ese relato, en el que Cataluña aparece siempre explotada por España, no resisten el más mínimo análisis riguroso. Habrá que ver en este sentido cómo afrontará el presidente Sánchez las demandas económicas y políticas que Torra le hará en su encuentro del próximo día 9 en el Palacio de la Moncloa desde la consabida posición victimista.

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