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España como objetivo del Daesh

España como objetivo del Daesh

Si no tendemos desde ahora puentes de desarrollo y de las condiciones de vida con el área del subdesarrollo y de países pobres, el horror de la masacre de Barcelona será una falsa moneda de temible curso ilegal y mortal

FRANCISCO J. CARRILLO

Sábado, 19 de agosto 2017, 09:44

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No hay confusión posible. España ha sido golpeada de nuevo por el terrorismo yihadista. Para las publicaciones del Daesh, utilizando el ciberterrorismo, «es preciso reconquistar Al Andalus hoy en manos de los infieles y cruzados», objetivo de alta prioridad. Para el Daesh -y para Al Qaeda- Al Andalus es toda España. Para ellos, Al Andalus no es la actual Andalucía. Hoy guardamos luto solidario con todas las víctimas de Las Ramblas de las Flores de Barcelona y con sus familiares y amigos. El terrorismo yihadista, que nunca avisa, habría podido atentar en cualquier localidad de ese Al Andalus que es España. Sabíamos, y sabemos, que tras la pérdida territorial y la toma de Mosúl (Irak), el autodenominado Estado Islámico, el Daesh, dispersó sus «milicias» y sus dirigentes hacia Libia y hacia el Sahel africano y sin duda recurrió a la infiltración y al entrismo en algunos países del centro y norte de África. La huida continuará -ya comenzó- con la previsible caída de su «centro estratégico», Rakka (Siria), hoy asediada. Una vez perdidas sus «bases territoriales», Daesh las está reconstruyendo en Internet, instrumento de adoctrinamiento y de captación. De ahí que el ciberterrorismo sea, actualmente, su influyente base de operaciones y su principal campo de entrenamiento. En cierta manera, ha desplazado a los imanes radicales de algunas mezquitas. Ya no son necesarios aunque puedan colaborar a la manipulación terrorista del Corán. Ahora Daesh llega directamente a los hogares a través de los ordenadores personales y lleva a cabo la seducción y dicta las órdenes y las consignas para le preparación y realización de atentados. Daesh utiliza Internet como una «red social» más de radicalización para el terror y muerte en países del Occidente «judeo-cristiano» (España, Francia, Alemania, Canadá. Estados Unidos, Bélgica...), o en países musulmanes «infieles» porque no interpretan las enseñanzas coránicas como lo hace y manipula el Daesh (Mali, Egipto, Burkina Faso, Nigeria, Túnez, Argelia, Irak, Turquía...). Daesh (y Al Qaeda, hoy ambos en competición) se ha convertido en una secta que propaga el mensaje del terror y la muerte. No es más que una secta que se inspira de un nihilismo activo y mortífero. Ante esta amenaza en la sombra, globalizada, difícilmente su derrota puede ser exclusivamente militar. Los servicios de inteligencia, la Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado (el atentado de Barcelona tiene como objetivo a España y no a una de sus ciudades; es decir, es un atentado contra el Estado español), y la cooperación internacional constituyen elementos básicos para desmantelar el terrorismo yihadista, prioritariamente con los países con mayoría musulmana a los que Daesh califica de «infieles». Pero parece fundamental activar también nuevas modalidades de cooperación para el desarrollo, económica y educativa, así como nuevas políticas de inserción urbana de las poblaciones inmigrantes. Europa, para garantizar su futuro, debe compartir una política común y unitaria en estos campos antes de que sea demasiado tarde, comenzando por la seguridad y por unas Fuerzas Armadas unitarias. Este mecanismo no excluye el diálogo con firmeza y el intercambio necesarios, sino más bien es una de las piedras angulares. Ya tenemos estimaciones de población para el 2100: el 43% de la población mundial se concentrará en el continente africano. Si no tendemos desde ahora puentes de desarrollo y de elevación del nivel y de las condiciones de vida con el área del subdesarrollo y de países pobres, el horror de la masacre de Barcelona, ciudad a la que tantos lazos me unen hoy más que ayer, será una falsa moneda de temible curso ilegal y mortal. No excluye, también, una profunda reconversión de las relaciones económicas con aquellos países que, directa o indirectamente, financian al terrorismo yihadista y aplican en el interior de sus fronteras el derecho islámico (la sharia), una escala de penas corporales y una sistemática humillación de la mujer y difunden la doctrina del wahabismo y del salafismo radical que son la antesala ideológica y el caldo de cultivo del terrorismo yihadista. No se les puede «implorar» la paz a estos Estados; en estos casos, la paz se conquista con sangre, sudor y lágrimas. El avispero de Irak (y el de Libia) fue el punto de partida de la creación del Daesh (y del resurgimiento de Al Qaeda), reforzado con el otro avispero de Siria. Estos hechos dieron luz verde al renacer de las grandes potencias en acción de Guerra Fría, con objetivos de hegemonía y zonas de influencias en donde fluye petróleo, gas y un imponente mercado de armamentos (sin excluir las centrales nucleares llave en mano). Los países del Golfo, con sus fondos soberanos, se encontraron con una coartada inmejorable. Arabia Saudí acusa a Catar de «Estado terrorista», pero el dedo acusador es a su vez acusado en una puesta en escena cuyos espectadores hacen cola para obtener los mejores mercados sin neutralizar a los nidos de víboras y a sus fondos soberanos que compran grandes almacenes, grandes hoteles, grandes y medianos equipos de fútbol y que han declarado, incluso, querer adquirir el Palacio del Elíseo caso de que llegue a estar en venta. Esto a título de ejemplo. Mientras, Occidente calla y otorga. Y sin embargo hoy inunda la memoria Las Ramblas de la Flores que traen al presente al gran poeta Federico García Lorca: «...la única calle de la tierra que yo desearía que no se acabara nunca, rica en sonidos, abundante de brisas, hermosa de encuentros, antigua de sangre».

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