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La firma invitada

Érase una vez…

fernando savater

Martes, 24 de octubre 2017, 08:29

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Vivimos en una época que parece obsesionada no por la verdad, ni por lo útil o lo poético, sino por el relato. Pero ¿qué es el relato? Decía Ortega que la cultura es lo que le quedaba a uno cuando había olvidado todo lo demás. También ahora podríamos decir que el relato es lo que queda de un acontecimiento histórico cuando todo lo que de histórico había en él ha sido borrado. Desde que Tolstoy nos lo contó en ‘Guerra y paz’, sabemos que las batallas las gana quien explica mejor su victoria, hasta el punto de convencer al fascinado enemigo. Napoleón no fue un gran general, sino un genial narrador de batallas ganadas… Pues bien, hoy todos los que buscan el poder pretenden ante todo hacerse con el trofeo del relato. En el fondo el populismo, lo que ayer se llamaba sencillamente «demagogia», es hacerse con el relato no más verosímil sino más arrullador para quienes desean condenar los males del mundo sin pasar por el enojoso trámite de entenderlos.

En el desafío de los relatos, urgentes, cargados de promesas contrapuestas, se encuentra el periodismo actual. No está bien preparado para salir a la palestra donde se dirime este gran torneo. Y lo digo en su honor, no en su desdoro. Como el joven campesino de los cuentos que entra en liza contra los mañosos señorones de horca y cuchillo, sin armadura adecuada, con un escudo desvencijado, con una lanza que no es más que la rama cortada de un roble añoso y con la espada oxidada de su abuelo. Para lograr el relato que proclame vencedor al tunante de turno, el periodista de ley –es decir, de buena ley– carga con un lastre que le descoloca, por inédito: sus escrúpulos. Otros gozan con la impunidad de su anonimato, pero el periodista firma y da la cara por cuanto escribe: acepta su responsabilidad. Su relato no es un cuento cerrado sobre sí mismo, sellado por la intención de ayudar a tal o cual competidor, sino una historia abierta, que apunta en múltiples direcciones y que estimula al lector a buscar entre todas el camino fiable. El periodista está al servicio del ciudadano que pretende saber para decidir mejor, mientras que el relato urdido por esos poderes impunes pero no inocentes que corren por la red quiere doblegar al que busca información con una fábula tan atractiva como sesgada que no le deja escapatoria.

Dijo con tino inolvidable el poeta español: «Tu verdad, no: la verdad / Y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela». Hoy, en nuestras nuevas circunstancias podemos decir: no quiero un relato atado y bien atado, ni el relato ganador a cualquier precio y sacrificando cuanto no concuerde con nuestros objetivos. Quizá no exista un único relato que dé cuenta de todas las verdades, quizá el relato más aceptable sea el que menos rime con mis expectativas o el que fomente nuevas preguntas en vez de responder de una vez por todas a las ya planteadas. El periodismo auténtico y libre no es una herramienta complaciente, sino un conjunto de instrumentos que quizá tengamos que esperar algún tiempo para aprender a manejar. Manuel Azaña dijo que la libertad no hace más felices a los hombres, pero los hace más hombres. De la verdad puede decirse otro tanto y al servicio de verdad y libertad labora el periodista. El relato… mañana veremos. 

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