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ISIDRO PRAT
Domingo, 17 de septiembre 2017, 09:54
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La mayoría de españoles nos consideramos sanos y con una salud de hierro. También, en nuestro fuero interno, estamos convencidos que tomando un puñado de pastillas habremos firmado un seguro de vida y bienestar. Según el Centro de Investigaciones Sociológicas, la mayoría que hemos pasado la barrera de los 65 años tomamos más de seis medicinas diarias siguiendo la 'regla de las tres más'. A más años, hay que tomar más pastillas para tener más salud. Por cierto, una regla absolutamente falsa que muchos creen a pie juntillas. La cuestión es que nos acabamos metiendo, entre pecho y espalda, ese batiburrillo de comprimidos, cápsulas, grageas y píldoras para el que necesitamos un buen pastillero que nos ayude a organizar tanto lío. Ya somos el segundo país en consumo de fármacos, a tenor de los datos que maneja la Sociedad Española de Salud Pública. Algo no funciona bien cuando nos atiborramos de pastillas, a sabiendas de que todas, absolutamente todas, tienen o pueden tener efectos adversos. Ahí están las molestias de estómago, los mareos o la somnolencia, pero también nos pueden acarrear problemas digestivos serios, hipertensión pulmonar o un shock anafiláctico.
Menudo peligro tiene el botiquín de casa. Allí tenemos nuestros inseparables paracetamol, ibuprofeno y relajante muscular. También nos encontramos con cajas abiertas de antidiarreicos junto a otras de antibióticos, antidepresivos o pastillas para la tos. Cajas que, probablemente, adornan las estanterías desde hace años. Puede que algunas ya estén caducadas o en evidente mal estado de conservación. Difícilmente nos acordaremos, a ciencia cierta, para qué puñetas sirvieron, cual era su dosis o sus contraindicaciones. Recordaremos que alguien las tomó o no, quién sabe, y ahí quedaron por si hicieran falta de nuevo. Una auténtica bomba de relojería lo que guardamos en ese botiquín. Claro está, tenerlas, y tan a mano, propicia la automedicación, y sino ¿para qué demonios las tenemos ahí?
La Cooperativa COFARAN, que abastece las farmacias de Málaga, ha constatado que tomamos mayoritariamente protectores del estómago, aspirina a bajas dosis como ayuda a la circulación sanguínea, analgésicos para el dolor y tratamientos que reducen el colesterol. Los propios de una sociedad acelerada, sedentaria y que come más de la cuenta, como es la nuestra. El Sistema Nacional de Salud, o sea todos nosotros, nos gastamos 9.183 millones de euros al año en medicamentos. Anualmente, se facturan 54,4 millones de envases de omeprazol, 42,8 entre atorvastatina y simvastatina, 32 de paracetamol y 24,6 millones de cajas de ácido acetilsalicílico. Unas cifras que asustan. Llama poderosamente la atención que el consumo de antidepresivos se haya triplicado en los últimos tres años. Otro triste record que estamos a punto de batir porque ya sólo nos superan holandeses y norteamericanos. No pretendamos arreglar con medicinas aquello que simplemente requiere cambiar nuestro estilo de vida. Hacer más ejercicio, comer saludable y eliminar el estrés arreglan una buena parte de nuestros achaques de salud. No podemos huir de los problemas tomando pastillas porque nos seguirán esperando ahí afuera. Hay que afrontarlos o aceptarlos y convivir con ellos si no tienen remedio. No queda otra.
En los últimos años, la industria farmacéutica, utiliza su imponente poder económico para incitarnos al consumo con anuncios machacones en prensa, radio y televisión. Prometen acabar rápidamente con la dolencia que se tercie desde la primera píldora. Dan a entender que con esas pastillas, en un plis plas, recobraremos la salud y la felicidad. Puro marketing porque lo que realmente pretenden es potenciar el mercado y crear necesidades consumistas. Un claro intento para meternos por los ojos sus productos y que consideremos las medicinas como un artículo más al alcance de cualquiera que tenga bolsillo para pagarlo. Vamos, igual que el refresco bajo en calorías, el detergente que más blanquea o el teléfono móvil con la cámara de mayor resolución del mercado. Están consiguiendo que compremos los medicamentos directamente en la farmacia o que presionemos a los facultativos para que las receten. Si las incorporamos a nuestra rutina diaria habrán logrado su propósito, aumentar las ventas, acaparar mercado y adelantarse a sus competidores del sector. La adicción a tratamientos farmacológicos ya se considera una epidemia en Estados Unidos.
Los profesionales sanitarios, continuamente estamos dando la vara con el uso racional de los medicamentos. Insistimos en que debemos tomar las medicinas sólo cuando son necesarias, en la dosis indicada y durante el tiempo estipulado. Como dios manda y los conocimientos científicos nos han enseñado. La medicación abusiva o innecesaria es una cultura dañina, asegura Juan José Rodríguez Sendín, anterior presidente de la Organización Médica Colegial. En la misma sintonía se encuentra la Organización de Consumidores y Usuarios que lanzó su campaña 'pastillasjustas.com' alertando del problema.
Urge poner orden a ese desmadre. Los medicamentos no son un bien de consumo más sino productos estrictamente necesarios para la salud. Muchos años de concienzudos y rigurosos estudios avalan su eficacia. Conocemos sus indudables beneficios y sus potenciales riesgos y, por tanto, hay que tomar los estrictamente necesarios, ni uno más ni uno menos. Su promoción debe ceñirse exclusivamente a intereses generales, científicos y no lucrativos. No sólo nos estamos empastillando sino que, de propina, le estamos haciendo el caldo gordo a empresas que pretenden aumentar su facturación. A la vista de los resultados lo están consiguiendo.
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