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Golpe de dados

La edad de la inocencia

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Jueves, 7 de junio 2018, 07:57

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Escribía este artículo, que ya es otro, cuando mi madre irrumpe en mi despacho y me dice que en el flamante nuevo gobierno de Pedro Sánchez hay mayoría de ministras, siendo el primer gabinete formado en España en el que predominan las mujeres. Pienso que aquel grito de «¡las mujeres al gobierno!» no resulta ya ni utópico ni sarcástico, ni siquiera imposible, simplemente es real, y los misóginos -y misóginas que haberlas haylas- que se aguanten. A mí siempre me ha seducido el universo femenino, repleto de símbolos de inapreciable valor, sobre todo una sutil inteligencia, con un elemento añadido, la persuasión, que nos hace más digerible negociar con la existencia propia y con la ajena. Mi amiga María Victoria Gálvez me comentaba hace unas semanas que los cambios en estos tiempos vendrán de la mano de la mujer o no vendrán, la preeminencia espero no suponga supremacía porque entonces estaremos reproduciendo lo mismo pero al revés. La conquista de espacios sociales, culturales y políticos de la mujer tiene ya un largo recorrido, y siempre han estado amparados por escenarios históricos favorables; sin ir más lejos, el sufragismo británico tuvo su éxito efectivo mientras el laborismo saltaba de los talleres fabianos de Morris y conquistaba el poder desde las urnas.

En España fue famoso el debate en las Cortes, durante la II República, entre Clara Campoamor y Victoria Kent, la primera a favor de conceder el voto a la mujer, la segunda, contraria a que se concediera ese derecho, ambas muy próximas intelectual y políticamente, eran dos grandes damas escoradas a una izquierda que tampoco les veían con buenos ojos. Las mujeres votaron por primera vez en la piel de toro en 1933, y ganaron Gil Robles y Lerroux. Victoria Kent no iba descaminada: «Primero hay que educar a las mujeres, luego que acudan a votar. No puede dictarse el voto desde un confesionario»; en Argentina fue Eva Duarte quien obligó al Congreso a que diera el voto a la mujer, pero el primer país latinoamericano en que las mujeres acudieron a votar fue Uruguay en la década de los años treinta. En Noruega ya lo hacían desde 1913, en Francia, cuna de los derechos del hombre, no lo fue tanto de las mujeres, a las que se les negó el voto hasta 1944. Así sucesivamente. Pero el feminismo no se agota en conseguir el voto. Como escribió Simone de Beauvoir: «Resulta complejo circunscribir el mito feminista. Se contraponen Judit y Dalila, Aspasia y Lucrecia, Livia y Cleopatra... la mujer es todo al mismo tiempo, la pecadora Eva y la virgen María, la liberadora y la arpía, la madre y la puta, la esclava y la señora»; Beauvoir describe los antagonismos con que la mujer debió enfrentarse sólo por el hecho de ser mujer y adelantó que «no somos una minoría ni reclamamos nada que no nos corresponda»; precisamente por esto que haya más mujeres en el Gobierno de Sánchez, al margen del criterio de oportunidad, me parece razonable, justo y necesario. Ya han crecido las mujeres, ya no están en la edad de la inocencia.

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