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Desaparecer

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Domingo, 22 de octubre 2017, 10:22

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Era martes por la tarde, casi de noche, a esa hora en la que da pereza salir de casa cuando estás dentro y volver a ella cuando estás fuera. Y fuera llovía y empezaba, por fin, a refrescar. Poco antes de un partido de Liga de Campeones, el Real Madrid contra un equipo inglés, a la Sala Fuengirola en la planta baja de La Térmica sigue llegando gente. Dejan sus carnés de identidad a cambio de un transistor para la traducción simultánea. Y más gente. Casi todas las sillas ocupadas, un martes por la tarde con partido en abierto, para escuchar a David Le Breton, un antropólogo francés que escribe sobre las maneras de borrarse del mapa, sobre suicidas y gente que decide no salir de su cuarto, evaporarse, aquellos a los que les pesa demasiado la vida, sobre cualquiera de nosotros en un momento dado, muertos de ganas de tomarnos unas vacaciones de nosotros mismos, aunque sea por un rato.

También ha escrito Le Breton sobre el acto heroico de caminar en medio de la ciudad diseñada para el humo y el ruido de la gasolina. La caminata y el silencio como maneras de rebelión íntima, pero también cívica y política. Aquello de ser el ejemplo del cambio que quieres para el mundo, pero sin postureo. En esas llega Le Breton con el desaliño estético de los sabios, como recién levantado de una siesta tardía.

Las vidas diluidas en Internet, los depresivos sin remedio, la felicidad de cultivar un huerto, la desesperanza en los barrios alejados de las postales del centro de la ciudad. Y a Le Breton le ha venido la fama con un libro que habla justo de lo contrario, 'Desaparecer de sí. Una tentación contemporánea' (Siruela). Está a la venta al fondo de la Sala Fuengirola y alguno que otro ha caído este martes por la tarde húmedo hasta los huesos. Gente que escucha a un antropólogo francés un martes por la tarde y que compra libros. Hay gente pa' tó. Habla Le Breton durante poco más de media hora y se abre el turno de preguntas. Cualquiera con cierta experiencia sabe que se llama turno de preguntas porque decirle turno de la vergüenza ajena resulta poco educado. A menudo suele ser la puerta que ven abierta quienes quieren oír su propia voz, el eco de su presunta perspicacia en reflexiones más o menos peregrinas. Aquí se levanta un señor y en perfecto francés comparte que es bioquímico, que nació aquí y estudió aquí, que luego se trasladó a la ciudad natal de Le Breton (Nantes) y que al leer su libro ha pensado que los profetas de las principales religiones han tenido un periodo de desaparición. Jesús, Mahoma, Buda. Todos se perdieron en la oscuridad para volver iluminados. Y el espectador le pregunta al pensador por el carácter místico de la desaparición. Y el antropólogo levanta las cejas, sonríe y asiente para recibir con entusiasmo el nivelazo de la pregunta.

Luego se levanta otro oyente. Y también en perfecto francés pregunta a Le Breton por sus dudas sobre el tratamiento patológico de quienes muestran poco interés en vivir, en especial, los jóvenes. Y Le Breton comparte esa renuencia con el espectador, defiende que las llamadas «conductas de riesgo» son «reacciones a un sufrimiento» y que su remedio no se encontrará en la farmacia o el psiquiátrico, sino en la escucha y la paciencia. Así que un martes por la tarde de lluvia y partido de Champions en abierto, hay una sala de La Térmica llena de gente que escucha a un sociólogo al que cuesta pillar en el renuncio de dar una conferencia. Gente que aprecia esa rareza, la disfruta y responde al envite con preguntas inteligentes.

Y un martes por la tarde, ya de noche, con el ruido del mar enlazado entre las copas de los árboles que dan acceso a La Térmica, con la crónica por escribir y la hora de cierre mirando de reojo, llega una serenidad extraña, una manera de saldar cuentas con los prejuicios y el desánimo, cierta reconciliación con la ciudad y una dimisión del pesimismo. Mientras caminas en silencio y, por una vez, olvidas las ganas de desaparecer.

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