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LA CIUDAD INCÓMODA

Está muy bien enfocar nuestro trabajo hacia aquellos que nos visitan buscando lo mejor, pero no hay que perder de vista a la ciudad deseable de los que viven en ella

JOSÉ MANUEL BERMUDO

Jueves, 8 de febrero 2018, 07:45

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CUALQUIERA que circule estos días con su vehículo por Marbella se habrá dado cuenta de que en gran parte del casco urbano, sobre todo en el centro, es prácticamente imposible tener facilidades de avanzar hacia su destino. No digo ya conseguir un aparcamiento, sino intentar salir de un laberinto no señalizado. Gran parte de culpa la tienen las obras que se están realizando con el objetivo de llegar a la Semana Santa, que es donde se registra la primera oleada de turistas. Sí, pensamos siempre en los turistas, porque son nuestra única industria para conseguir ingresos. Y es normal que se piense así. Pero también hay que preguntarse si solamente hay que pensar en esos visitantes que llenan nuestros hoteles y se distribuyen después por nuestras instalaciones para aumentar el consumo.

Resulta también curioso cómo se analizan las actuaciones municipales o de otra índole pública dependiendo de qué grupo político lo haga. Hace poco más de un año fueron puestas en entredicho las actuaciones del Ayuntamiento de Marbella en determinadas zonas del casco urbano porque perjudicaban a la movilidad. Hoy está ocurriendo lo mismo pero con un grupo político distinto. No es igual el tratamiento en las redes sociales que se les da a unos y otros por determinados grupos que no se sabe muy bien a quienes representan. Seguimos comprobando que para mucha gente las cuestiones básicas de funcionamiento en un municipio son valoradas según la ideología de quien las lleva a cabo, lo que determina un criterio falso e interesado que no conduce a un resultado final satisfactorio para todos.

Las obras hay que hacerlas, evidentemente, y hay que hacerlas bien, está claro, pero no depende tanto de apuntarle el tanto de unos u otros, sino constatar que se realizan como corresponde. En todo caso, hay una tendencia a valorar positivamente y de forma exclusiva, aquello que tiene como fin que el turista que llega en una determinada época valore el resultado de un trabajo concreto. Mientras tanto, una población mayoritaria que vive en el lugar acepta todas las incomodidades de las obras con tal de que su pueblo presente una estampa envidiable cuando llegan los de otros lugares. Nada más agradecido que el elogio de los foráneos y la satisfacción del deber cumplido.

Pero no podemos caer en el error de buscar la satisfacción de los visitantes sin tener satisfecho al personal local. Está muy bien enfocar nuestro trabajo hacia aquellos que nos visitan buscando lo mejor, pero no hay que perder de vista a la ciudad deseable de los que viven en ella. Las obras se hacen en invierno bajo la resignación de los habitantes locales que callan ante la situación, pensando que todo será para mejor.

Durante muchos años hemos pensado que todo es permisible siempre que propicie la inversión exterior, imaginando habitualmente que abrir las puertas solamente podría aportarnos beneficios económicos. Pero esta teoría llegó a demostrar que las inversiones solamente beneficiaban a unos pocos y que, ante la facilidad de recepción, llegamos a descubrir a especuladores ambiciosos.

La inversión que nos llega es siempre bien recibida, pero a lo largo de los años hemos comprobado que se nos han quedado cortos los servicios. Pongamos, por ejemplo, los centros de salud, encerrados en el casco urbano sin posibilidad de ampliación, o la falta de terrenos para colegios, que con PGOU o sin él es una guerra perdida. Y hoy, aquel pueblo grato y amable se convierte en una ciudad incómoda para moverse y hasta para relacionarse. Es cuestión de plantearnos qué es lo que queremos y si nuestra seña de identidad no se diluirá en proyectos, y solo proyectos, que hablen de economía y no de calidad de vida.

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