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JOSÉ ANDRÉS TORRES MORA
Domingo, 27 de mayo 2018, 10:09
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Es común que en el Pleno del debate de Presupuestos no se haga un receso para almorzar, así que de manera más o menos escalonada, yo diría que nada escalonada, al terminar la larga votación del mediodía del miércoles, nos fuimos casi todos los diputados y, obviamente, las diputadas, a comer algo en la cafetería del Congreso o en los restaurantes de los alrededores. A esa hora ya era evidente que el Gobierno había conseguido sacar adelante, con el apoyo del PNV, los presupuestos de 2018, lo que nos hacía reflexionar a mis compañeros y a mí sobre el carácter tan azaroso e imprevisible de la política.
Mientras almorzábamos, repasábamos las últimas semanas y comentábamos cómo, de un día para otro, la situación de los partidos y sus líderes cambiaba de manera tan abrupta como insospechada. Hace tan solo tres semanas, nos decíamos, el PP estaba hundido, como consecuencia del escándalo de la Comunidad de Madrid, y hoy se acaban de asegurar dos años más de legislatura. Hace dos semanas, comentábamos, Podemos aparecía en algunas encuestas por delante del PSOE, y de pronto, como consecuencia de algo tan insospechado como que sus dos máximos dirigentes se compraran un chalé, ahora tenían una crisis de credibilidad política que los podía llevar, incluso, a tener que abandonar la dirección de su partido. Hasta el domingo pasado Ciudadanos parecía haber sido tocado por los dioses, proseguíamos, hasta que, un discurso de su líder, inspirado en otro del presidente Obama, evocó, de manera tan insospechada como sospechosa, al de José Antonio Primo de Rivera en el Teatro de la Comedia, allá por 1933. Con lo que, de pronto, se había cortado el flujo de simpatías de ciertos sectores de centro izquierda hacia ese partido, que ahora parecía escorarse más hacia el nacionalismo español más exacerbado, que hacia el aseado centro tecnocrático con el que había amagado.
Después de comer volvimos al hemiciclo a escuchar las intervenciones que quedaban, que se prolongaron más de lo previsto y, mientras algunos amigos veían impotentes cómo partían sus aviones, votábamos, cada diez segundos, cada una de las decenas de enmiendas, con una ventaja de seis o siete votos para el Gobierno en cada ocasión. Al terminar la última votación, los diputados del PP se levantaron aplaudiendo al ministro Montoro al grito de «¡sí se puede!, ¡sí se puede!», sin que, por ello, nadie los confundiera con un círculo de Podemos. El miércoles por la noche, los miembros del Gobierno y de su partido, estaban eufóricos.
El jueves por la mañana la rueda de la fortuna política volvió a girar, y conocimos la sentencia del 'caso Gürtel'. Después de un inmenso destrozo a nuestra democracia, el presidente Rajoy se encuentra en la misma casilla en la que estaba el 1 de agosto de 2013, cuando debió dimitir, y no lo hizo, a raíz del escándalo de los papeles de Bárcenas.
Decía Maquiavelo que la política es fortuna y virtud. En la España de nuestro tiempo la rueda de la fortuna política, ya lo vemos, gira a velocidad de vértigo.
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