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Carretera de Almería

El sadismo lo pusieron un señor bajito y sus compañeros golpistas ayudados por un tal Hitler y un tal Mussolini

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Jueves, 8 de febrero 2018, 07:44

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Durante la infancia unos crecieron oyendo el cuento de Blancanieves, otros el de Garbancito y otros, supongo que menos, lo hicimos escuchando episodios sobre la huida de Málaga en febrero de 1937. Un éxodo en el que la aventura estaba teñida de drama y desgracia sin paliativos. En aquellos relatos no había espacio para las dunas que atemperan los picos narrativos ni lugar para otras emociones que no estuvieran relacionadas con el miedo o la pérdida. El motivo de esa particular variante de la literatura oral no se debía al sadismo de mis mayores sino a un interés propio y al hecho de que toda la rama materna se había visto envuelta directamente en aquel desastroso suceso. Abuelos, tíos, madre.

No se trataba, pues, de perversión familiar. El sadismo lo pusieron un señor bajito y sus compañeros golpistas ayudados por un tal Hitler y un tal Mussolini. Esos individuos que no aparecían en el relato que la narradora fundamental, abuela materna, ponía en marcha si uno le hacía las preguntas adecuadas. Y eso precisamente es lo que más diferenciaba aquellas narraciones de las historias de la Cenicienta o de las habichuelas mágicas. En estos folletines infantiles las desgracias suceden por obra del azar o a consecuencia de unos designios misteriosos. En lo que uno escuchaba sobre la huida hacia Almería, lo mismo que en la literatura realista de calidad, intervenía la conciencia social, de modo que las aventuras personales eran hilos de agua, afluentes del gran río de la Historia. Causas y efectos. Causalidad, no casualidades.

Las casualidades van ligadas a ese mar de anécdotas que los supervivientes contaron, primero en voz baja y desde hace unos años públicamente. Niños perdidos en medio de los ametrallamientos aéreos o los bombardeos del 'Canarias' o del 'Baleares', familias disgregadas, una mujer muerta (y que por el número de sus múltiples apariciones casi suena más a bulo de chica de la curva que a otra cosa) en el trance de amamantar a un bebé que en unos casos también está muerto y en otros vivo y succionando el pezón del cadáver. Un largo etcétera de vivencias personales para poner de manifiesto un delito que solo después de acabar la Segunda Guerra Mundial, en el juicio de Nuremberg, sería contemplado por el derecho internacional, el de crímenes contra la humanidad. Refugiados, gente hambrienta que marchaba sobre una alfombra de caña de azúcar masticada y que para muchos fue el único alimento que tuvieron durante días, heridos, huérfanos, población civil masacrada. Muchos datos, muchos recuerdos y muchas imágenes para inducirnos a la reflexión. Para saber que esa gente que vemos en las pantallas de los televisores no es solo plasma ni abstracción. Y para que esos guerracivilistas vocacionales que en cada crisis puramente política nos advierten de que estamos en las puertas de una nueva Guerra Civil y de que estos tiempos no son tan diferentes de aquellos. Mejor harían en hablar de lo que saben. Y si quieren contar un cuento, que sea el de Caperucita.

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