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Carles Assange Puigdemont

El sitio de mi recreo ·

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Sábado, 3 de febrero 2018, 10:26

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España es un mensaje telefónico al desnudo. La política lleva tiempo escribiéndose en terminales móviles sin obligaciones ortográficas, ni semánticas, ni sintácticas, y lo que es peor, alejada de la dignidad que se le debe exigir a un servidor público que debe anteponer siempre los intereses colectivos a los propios. Estos convulsos años políticos caben en dos mensajes telefónicos. Primero conocimos el alejandrino y castellano 'sms' de Rajoy a Bárcenas del «sé fuerte, mañana te llamaré», que le costó el puesto a Pedro J. Ramírez y que nunca contestó; y en estos días hemos leído el verso blanco catalán de 'whatsapp' del mismísimo Carles Puigdemont: «esto se ha terminado», que ha aupado a Ana Rosa Quintana al reinado de la información política de las mañanas, en detrimento de un Antonio Ferreras vestido de negro que intuye lo que le espera esta temporada. El separatismo catalán es una historia de traiciones e interés por el dinero de todos los españoles. Pujol legislatura a legislatura no sólo exprimió los presupuestos del Estado sino que amasó una fortuna indecente. Le siguió Mas, que superó a su maestro, y prefirió vestirse de independentista a enfrentarse a la compleja situación que generó la crisis económica. La Cataluña del «España nos roba» fue parida por el presidente que prefirió el conflicto a la concordia, la embajada catalana al hospital, la multa al rótulo en español a la cultura que integra. Muchos pronosticaron que Puigdemont tendría un perfil más bajo político y mucho más gestor. La realidad todos la conocemos. Esta sucesión de líderes secesionistas e insolidarios nos debe vacunar sobre la confianza que algunos quieren depositar en los nuevos líderes catalanistas que están por venir. En el independentismo nunca se encontrará solución.

Hay una España que se sienta frente al televisor para ver 'Operación Triunfo' y a la que le hace gracia ver que un joven independentista nos represente en Eurovisión, que no le molesta que el dinero del FLA se utilizara para el 'procés', que no se enerva porque la policía autonómica haga dejación de funciones y que se cree el rollo del 'Plan Moncloa' como el mismísimo Puigdemont.

La España que frenó esta deriva antidemocrática en Cataluña fue la que defendió Felipe VI, que no dudó en salir a la calle y defender la integridad de nuestro país, que utilizó los resortes económicos para asfixiar las fantasías secesionistas, y alentó a que los jueces llegaran donde los políticos con su blandito 155 no se atrevían.

Cataluña no tiene ningún futuro fuera de la España constitucional que le desea larga vida a su monarca, que respeta las instituciones y que cree que no hay que hacer ni un tipo de concesión más a los secesionistas. Si permitimos nuevos enjuagues, el próximo líder catalanista hará buenos a sus predecesores. En la Bélgica paralizada vivirá Carles Assange Puigdemont, huido y prófugo, con dinero pero sin honor, en un rincón a modo de embajada, que le servirá para disfrutar de su propia insignificancia.

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