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Brasil en Málaga

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Jueves, 25 de enero 2018, 07:41

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Jaziel y Martinha son una pareja de dentistas brasileros -me gusta escribirlo en 'argentino'- que ejercen su profesión en algún lugar de la Costa malagueña, más hacia Nerja que hacia Sabinillas, costa que, por cierto, estos meses de invierno se pone por momentos sombría y árida, y a mí me gusta. Cumplo el mandato que ambos me hacen de no desvelar más allá de lo que me ha sido permitido, porque no es cuestión de comprometerse y luego no cumplir las promesas; a Jaziel y a Martinha les telefoneo cuando me entero de que la izquierda de su país vive horas aciagas porque tres magistrados de un alto tribunal de Porto Alegre juzga la culpabilidad del ex presidente Lula da Silva en el caso de malversación y cohecho en contrataciones ilegales y sobornos con la empresa petrolera Petrobás que, esto sí está probado, untó durante décadas a la totalidad de la clase política del Brasil sin distinción de signo político; ahora me pregunto si acaso nos hemos olvidado del esquema de corrupción generalizada que se gestó durante la presidencia del conservador Collor de Mello, y si sacamos alguna conclusión de esto; Martinha y Joao, tanto monta, salieron de su país precisamente meses antes de que Lula da Silva dejara de ser presidente en 2011, tras cumplir el segundo periodo de su reelección.

Luego vino el principio del fin: la caída de su sucesora Dilma Rousseff, en agosto de 2016, destituida por el Senado a causa de préstamos ilegales, las llamadas 'pedaladas', un procedimiento, para entendernos, similar al 'Eresgate' andaluz. Tanto Roussef como Da Silva consideran el acoso de que son objeto a una conspiración de los oligopolios, sobre todo el todopoderoso bloque paulista, para impedir que la izquierda vuelva a gobernar, una izquierda que en el litoral aún mantiene la hegemonía mientras en el interior lucha contra los elementos; una izquierda que debe su prestigio a la resistencia organizada que puso en jaque al régimen militar que derrocó en 1964 y asesinó, años después, en el trágico 1976, en Montevideo, al doctor Joao Goulart, en el marco de la Operación Cóndor. Me dice Martinha, que, por cierto, tuvo el honor de ser bautizada por el obispo de Recife, y de los pobres, Helder Cámara, que una generación de brasileños, la suya, se considera estafada por el Partido de los Trabajadores, que prometió que cuando llegara al poder iba a reducir las abismales diferencias de clases, iba a ofrecer una educación igualitaria, y parece mentira, iba a atenuar el hambre endémica que se diluye entre la profusa selva, los ríos interminables y las favelas. Pero la palabra estafa es una constante en el devenir del Brasil; 'paradigma del Nuevo Mundo', como lo denominó Stefan Zweig, que allí se suicidó, un país-continente con un apabullante patrimonio natural y cultural. Ahora se entiende la frase del obispo Cámara: «si doy de comer a los pobres me llaman santo, si pregunto porque son pobres me llaman comunista»; en realidad en Brasil ha fracasado el ser humano.

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