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BARBAS EN REMOJO

NIELSON SÁNCHEZ-STEWART

Miércoles, 20 de septiembre 2017, 07:47

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HACE unas semanas, se ultimó el proceso contra un deportista que dicen que juega muy bien al fútbol. No quiero parecer indiferente o que estoy por encima de nadie pero, la verdad es que no lo he visto nunca, jugar digo, porque en televisión, muchísimas veces, con barba y sin ella y en las revistas del corazón que leo siempre que puedo y más ahora que se ha casado en un pueblo remoto con una señora estupenda. La cosa, el proceso no el matrimonio, terminó en condena, adaptada convenientemente para que se pudiese obviar su ingreso en prisión. Hasta ahí, nada de particular. Lo que es llamativo es el coscorrón que el Tribunal Supremo propina a los inferiores cuando les cuestiona haber permitido que los asesores del jugador se hayan ido de rositas. Con un tono algo peyorativo califica al condenado como incapaz de urdir un sistema adecuado para la defraudación de los impuestos por la que se le persiguió. Últimamente, el alto tribunal ha asumido el papel de máquina de regañar, reservado, según mi amigo Paco, a las esposas. Una sentencia que anula la designación de una defensa en turno de oficio es paradigmática. Si bien hace una encendidísima defensa del derecho de defensa, defensa de la defensa, el pareado que enarbola el Consejo General de la Abogacía Española, deja al Abogado que la desempeña a la altura del betún, ensañándose en calificar la calidad de la desempeñada con trascripciones de párrafos enteros de sus escritos para escarnecerlo. Me tomo las cosas a la tremenda, no lo niego, pero si fuese yo el recipiendario de las críticas viniendo de quien vienen, me plantearía, a lo peor, poner fin a mis días, por lo menos como profesional.

Estas admoniciones del Supremo no han caído en saco roto y ya han investigado a un par de cerebros. Esto de llamar investigado al antiguo imputado es equívoco porque a diferencia de la imputación que es un acto único, que se consuma en si mismo, la investigación es un movimiento continuo. Si se utiliza el participio parece que la investigación hubiese concluido y creo que sólo ha comenzado. Los cerebros objetos de la medida pertenecen a los asesores, entre ellos un Abogado, que crearon lo que la policía llama a la primera de cambio un 'entramado', por encargo y en favor de otro astro del balón, algo antipático, por cierto, pero que también, a juzgar por lo que cobra, es, no cabe duda, un fuera de serie. Ignoro, por supuesto, los términos del encargo que esta figura hizo al equipo que lo asistía pero estoy seguro que no fue el de pagar todos los impuestos posibles por su extraordinaria simpatía hacia el erario público y conciencia de las necesidades de paliar el déficit del estado y de las comunidades autónomas. El servicio demandado, tratar de abonar lo menos posible no justifica traspasar la algo sinuosa línea divisoria entre la elusión y la evasión fiscal. Mientras la primera es lícita y legítima, la segunda, por menos para los ricos que son los únicos que pueden defraudar una cantidad que arroje más de cien mil euro de cuota, puede terminar en cárcel, salvo que seas futbolista, y, en cualquier caso, en multa y serios disgustos, si te pillan, claro.

Me pregunto por qué alguien puede esforzarse en ahorrarle al prójimo dinero inventando fórmulas raras. La siempre presente competencia, tan eficaz y conveniente en otros casos, es la que manda aquí también. Si uno se pone en la peor de las a veces varias interpretaciones de la norma tributaria, el cliente termina pagando más de lo que habría abonado si se hubiese dejado aconsejar por el vecino, bastante más osado y ocurrente. En Marbella se estuvo años incitando a pobres aves que canalizasen sus, en muchas oportunidades, modestas inversiones, a través de complejas estructuras organizadas por colegas del otro lado de la verja. Cualquier asesor, aquí y en todas partes, indicaba a cualquiera que una cosa era el precio de verdad y otro el que se consignaba para la posteridad para ahorrarse, entonces, unas pesetillas que se terminaban pagando en euros y con creces cuando llegaba la hora de vender y no se encontraba a un interesado dispuesto a pasar por el aro. Hasta hoy, para no satisfacer el inicuo Impuesto sobre Sucesiones y Donaciones, he oído más de una vez que mejor es mantener al difunto con vida aparente, no dando demasiado bombo al entierro y absteniéndose, por supuesto de publicar la esquela que los inspectores leen ávidamente.

Vale ya. El dormir tranquilo por las noches no tiene precio.

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