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Él ángel de la muerte

Golpe de dados ·

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Jueves, 7 de diciembre 2017, 07:52

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Hace sólo unos días se condenó a cadena perpetua a Alfredo Astiz, apodado El ángel de la muerte, uno de los más feroces higienistas del llamado Proceso de Reorganización Nacional impulsado por las tres juntas militares que presidieron de facto la Primera Magistratura de la República Argentina entre 1976 a 1983. Cuando el 24 de marzo de 1976 fue detenida Isabel de Perón en la pista de aeroparque Newberry mientras trataba de llega a la Quinta de Los Olivos, todo el país sabía de antemano la suerte que correría su ineficaz régimen, que no era más que otra versión del uruguayo Bordaberry, un presidente civil clientelar de los milicos, reales depositarios del poder; es más, resulta duro asumirlo, casi todo el país, incluida buena parte de los partidos constitucionales, pedían a gritos el golpe; en Buenos Aires, los medios de comunicación presionaban a la «laucha» (la rata) que lideraba el movimiento, el general Jorge Rafael Videla, para que interviniera de una vez. El golpe por fin se produjo y también produjo una estela sangrienta de treinta mil desaparecidos.

Decir desaparecidos es un eufemismo jurídico que ha intentado lavar la cara a una sistemática masacre destinada a limpiar a fondo de terroristas montoneros -la izquierda peronista-, y del Ejército Revolucionario del Pueblo -ERP-, que mantenían en Tucumán una guerra abierta contra el estado. En realidad, el desaparecido no lo estaba porque había sido secuestrado por agentes paramilitares, en primera instancia organizados bajo la espeluznante Triple A, después, por soldados y oficiales, provenientes, en su mayoría, de la marina y de la aviación. Los 'Ford Falcon' se acercaban a la víctima y la forzaban a entrar en ellos, pero había otra manera, usada con violenta impunidad, que era el allanamiento del domicilio del sospechoso. Se cumplía un rito de muerte, a los secuestradores los envenenaban de odio en las Escuelas de Aprendizaje. Una de ellas fue la E.S.M.A., Escuela Mecánica de la Armada, en la actualidad Centro de Reparación Histórica. Cuentan que aún hoy se escuchan gritos en la noche desde la Avenida Leopoldo Lugones.

Resulta paradójico que el magno poeta Lugones, cuyo hijo inventó, para más inri, un instrumento de tortura, la picana, que se aplicaba en las partes blandas, el poeta Lugones, insisto, había escrito aquello de 'Las horas de las espadas' para apoyar al primer presidente fascista de la historia argentina, el general Uriburu, que en el lejano 1930 depuso al radical Irigoyen. El secuestrado iba a la E.S.M.A a ser torturado y sedado para después ser embarcado en aviones desde donde los arrojaban, casi siempre con vida, al estuario del Río de La Plata. Eso sí, los aviones de la muerte habían sido previamente bendecidos por el Arzobispo de Buenos Aires, mientras la Operación Cóndor y el judío-americano Henry Kissinger apoyaban decididamente el exterminio. Me alegro de que no exista la pena de muerte en mi país, con cadena perpetua ese angelito tiene cortadas las alas para siempre y no volará a ningún sitio. Ni él ni sus secuaces.

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