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Ada

FRANCISCO APAOLAZA

Jueves, 26 de octubre 2017, 10:02

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Cuando dudo ante la carta de un restaurante, ahora me pregunto qué haría Ada Colau. Ada habla sobre el Asunto, sobre España, sobre Rajoy, Ada da lecciones de derecho constitucional, Ada en esta ocasión sonríe y en otro momento llora. A Rajoy se le puede aplicar el principio de Heisenberg, pues como ocurre con el efervescente electrón, del presidente del Gobierno se puede determinar su velocidad o su situación en un momento dado, pero nunca se pueden conocer ambos valores a la vez. Hay consenso en que Rajoy anda rápido, pero pocos saben dónde está. De Ada se puede determinar todo y nada, porque Ada no cumple las leyes de la física. Se mueve en todas las direcciones y en los dos sentidos de cada dirección al mismo tiempo.

Está dotada de una tenacidad incólume y tiene la cintura de un gato. ¡Qué digo, un gato! Ada es un leopardo. Hay que ser una fiera para defender que hay que proteger el referéndum catalán y a la vez entender que hay que prohibirlo. Yo, antes de decir eso en la televisión pido una pistola y me salto la tapa de los sesos. Ella, no. Ella se hace palabra con esa sonrisa de gato de Alicia y se desvanece como el humo. Aparece y desaparece en el periódico, en la pantalla del teléfono, en el programa de Ferreras, que es su ecosistema natural, en la radio de Alsina y Lucas. Creo posible que un día entre las cortinas de la ducha aparezca su mano alcanzándome el champú.

Pertenece a esa nueva generación de superheroínas de la política, un círculo de fuego mutante, un nuevo olimpo literario en el que están al menos ella, Margarita Robles -siempre entre Catwoman y Gracita Morales-, Rita Maestre, que es Uma Thurman y a veces un poco Tamara Falcó, e Irene Montero, la prolongación femenina de Pablo Iglesias que ha adquirido sus gestos, sus dejes, obviamente su argumentario y quizás hasta su perfume. Ojalá hubiera sido al revés. Arrimadas, no; Arrimadas es tan orgullosa y tan brava que, como Brel en 'Les Bourgeois', osa tomarse por ella misma.

Ada despliega su truco de magia imposible y ahí va, corriendo todas las liebres del discurso morado como una podenca entre los lentiscos. Colau encuentra presa en todo. Late entre el monte bajo su ladrido agudo, su mensaje disperso y marianicida: ¡Franco! ¡Ataque a la democracia! ¡Poderosos! ¡El 78! ¡El pueblo! ¡Urnas! ¡Represión policial! ¡Libertad! ¡El 155!

Como aquellos discos de ACDC, si se escucha su discurso del revés, a oscuras y sentado en el suelo del cuarto de baño, Ada te dice que eres estúpido.

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