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JUAN BAS
Domingo, 31 de diciembre 2017, 10:18
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Pienso en algunos personajes y avatares del año que hoy concluye sin ayudarme con los resúmenes de lo más destacado de 2017 que hacen los medios de comunicación. Lo hago con la memoria y desde la subjetividad, salvo una trampa con Trump. Acabo de consultar cuándo comenzó su presidencia de Estados Unidos, ya que he dudado si fue en este año; lo malo siempre parece más largo. Lleva en la Casa Blanca desde enero, todo 2017, un año entero de gobierno desde el despropósito expresado mediante la ignorancia, la zafiedad y la descalificación. No es nada original decir que la grotesca y aterradora figura de Donald Godzilla Trump ha marcado el balance del año. Pero sí me lleva a otra reflexión más subjetiva: la desoladora mediocridad (calificándola alto) tanto intelectual como de talla de personaje público que arroja Trump, en el panorama mundial, y la que con la misma evaluación se aprecia en los próceres que nos han sometido a su protagonismo y omnipresencia en el panorama nacional. A Kim, no el de Kipling sino el asombroso dictador norcoreano, sería incompleto calificarlo de mediocre, ya que el dramático surrealismo de Corea del Norte excede esas catalogaciones, aunque sin restarle gravedad a lo que la demente gestión supone de peligro mundial.
Y es que con Puigdemont a la cabeza (dejo esta vez aparte el imposible pelo, también el de Donald y el de Kim), seguido de Turull, Forcadell, Rufián y demás, si despejamos el aturdimiento que produce su perenne tabarra, brilla (valga el oxímoron) la mediocridad. A Junqueras lo dejo aparte por ser un adalid tocado por el bichito del amor y a García Albiol por ser un voceras faltón ya acallado. Pero lo peor del bochinche catalán ha sido ver a muchos jóvenes que creen que esa fe en el independentismo es una causa progresista y desde luego, dejando ahora la división nacionalista a un lado, el resultado de las recientes elecciones: una victoria de la derecha.
También, podría pensarse que este año ha crecido el número de tontos, que ya era alarmante. Probablemente no es así, pero lo parece porque los tontos han conseguido más voz y visibilidad. La culpa de esto creo que la tiene la relevancia y abrumadora presencia que se da a las redes sociales, que Trump, Puigdemont y todo dios usan a su aire para comunicarse con el mundo con una sucinta inmediatez que por lo visto favorece la falta de reflexión. Por otro lado, o por el mismo, Twitter es cada vez más y de un modo que a mí me invita a mantenerme alejado, un avispero en el que cualquier ceporro se permite la práctica del odio y el linchamiento social.
Y por último y no por ello lo menos malo. No pertenecer a ningún grupo de Whatsapp no me ha librado de recibir numerosas felicitaciones navideñas de variado formato ni vídeos graciosos. Hago un ruego a la exención. Feliz 2018.
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