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VOLTAJE

El bluf de la Aduana

La Aduana alberga un museo fruto de la crisis, pero no sólo económica

Txema Martín

Viernes, 26 de mayo 2017, 08:26

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Después de dos décadas de espera y ahora que lleva medio año abierto, el Museo de Málaga sigue sin cumplir con las expectativas. Si este proyecto museístico que une dos enormes colecciones, la de Bellas Artes y la arqueológica, consistía en reinventar una vieja pinacoteca con un concepto contemporáneo, el Museo está resultando un pequeño pero llamativo desastre, sobre todo en lo que se refiere a una gestión administrativa con un ejército de cuestiones pendientes de resolver.

La semana pasada, durante La Noche en Blanco, fue el único gran centro que no abrió sus puertas más que para acceder al patio interior, esa preciosa plaza pública que casi nadie usa. Tanto la cafetería como el restaurante del ático están todavía pendientes de licitación, y de la biblioteca nada se sabe. La inauguración ya fue cutre hasta decir basta y se celebró casi a escondidas mediante un tristísimo acto matinal, nada que ver con el bombo y el platillo habituales en la parafernalia de cualquier estreno que se precie. Si no fuera por los medios de comunicación, nadie se habría enterado de que ese museo había abierto.

Toda esta parálisis choca con la calma con la que las administraciones implicadas se han tomado el proyecto. Baste señalar que su directora lleva nada menos que once años en el cargo, un tiempo calificado por ella misma como muy intenso en el que quizás habría sido conveniente ir atando los cabos sueltos de un museo al que se le ven las costuras. Ahora comparen este trayecto con el de los últimos museos. El Pompidou apenas tardó un par de años en materializarse. Aquella rapidez fue tan sorprendente que bromeamos con que su colección se había decidido en cuatro tardes. Actualmente el engranaje de estos museos funciona a la perfección y sus actividades culturales son muy interesantes y tienen la capacidad de implicar al tejido local sin perder de vista el ámbito internacional de su propuesta. Pero del Museo de Málaga no tenemos constancia ni siquiera de sus actividades temporales, una circunstancia por cierto no exenta de gravedad.

Al museo lo salvan el edificio y las dos colecciones en sí, que son estupendas aunque casi todo el mundo coincide en valorar sobre todo la sección arqueológica. Las salas dedicadas a las Bellas Artes presentan sin embargo un montaje más discutible. Parece mentira que un espacio tan grande pueda sugerir semejante claustrofobia y miedo al vacío. Los cuadros están asfixiados y los colorines con los que se han pintado los paneles no ayudan en absoluto a detener esa sensación de agobio. Todo esto unido a la parsimonia administrativa da la razón a sus responsables cuando promovieron una dura sentencia: la Aduana alberga un museo que es fruto de la crisis. Y no sólo de la económica. Por lo demás, dicen, habrá que tener paciencia. Qué carajo, sólo llevamos veinte años esperando.

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