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Narrar las sombras

JOSÉ MARÍA ROMERA

Viernes, 19 de mayo 2017, 08:32

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Una cadena anuncia una serie -docuseries, las llaman, o thrillers documentales- sobre el caso Asunta, uno de los crímenes más abominables en la reciente historia negra. Estos anuncios nos ponen en guardia. Hacen temer una prolongación del morbo cuatro años después, una nueva exhibición de mercancía sensacionalista para sacar partido de la desdicha como espectáculo. Pero ninguna película podrá superar las cotas de amarillismo de los días posteriores y en las semanas del juicio. Se congregaron todos los vicios de la nueva narrativa periodística destinada a conmover antes que a informar y a conquistar audiencias antes que a servir a la verdad. Ya saben: primero se construye un relato a botepronto con materiales precarios, inestables, insuficientes e hiperbolizados, que poco a poco se va coloreando con personajes pintados con brocha gorda y versiones provisionales sustituidas a los pocos días por otras no menos efímeras. El espectador recibe ese plato precocinado y lo recalienta en el microondas de sus prejuicios sin importarle gran cosa cuánto hay de cierto y cuánto de falso o de confuso. Luego se olvidan las cosas y a veces el tiempo corrobora la historia o la desmiente, pero ya da lo mismo. Ha dicho el director -Elías León Siminiani, un buen cineasta: vean Mapa, si no lo han hecho ya- que su objetivo apunta no tanto al suceso como a su repercusión mediática. El asesinato se sostenía en una base antinatural, de una anormalidad extrema y monstruosa: unos padres que se ponen de acuerdo para asesinar a su hija y que, cometido el delito, no dan la menor muestra de dolor ni arrepentimiento. Terrible. Pero a más desconcierto, mayor necesidad de explicaciones coherentes aunque no tengan garantías de certeza. Es bueno que ahora se nos enfrente a la vorágine en la que anduvimos, pero mejor aún que se siembren dudas no sobre la sentencia pero sí sobre la historia y sus detalles, que el filme desmonte nuestras versiones de entonces para volver a enfrentarnos a lo inexplicable. Antiguamente ocurría al revés: que las noticias admitían sus carencias y eran los relatos literarios posteriores los que venían a cubrir las zonas de sombra a base de fantasía. Ahora suele ser la información la que fantasea para crear versiones coherentes y tranquilizadoras hasta que el cine o la literatura vienen a tambalearlas con sus inquietantes enigmas. Porque el caso solo está cerrado -bien cerrado, esperemos- en su vertiente judicial. No en la humana, moral, social ni informativa. Como ha dicho el director: «Si los padres son culpables es un brutalidad. Si no lo son, es más brutal todavía».

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