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LA ROTONDA

Subirse al tren

Ignacio Lillo

Miércoles, 10 de mayo 2017, 08:31

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Antes de que el tren pueda llegar a Marbella tiene que hacerlo a la conciencia de los marbellíes y de todos los malagueños. Dicho de otro modo: el viaje que lleva al ferrocarril de la Costa tiene dos estaciones. La primera se llama «creérselo» y es la más difícil de conseguir. La segunda es «hacerlo» y, aunque parezca lo contrario, realmente es la parte fácil. Ya ocurrió con el AVE. Al principio eran muy pocos los que tenían fe en que Málaga se podría subir alguna vez al tren de la modernidad. Luego se fueron subiendo más y más pasajeros hasta que estuvo tan lleno que ya no había más remedio que echar a rodar.

Los primeros viajeros comienzan a tomar sus asientos. Ocupa butaca de preferente el ingeniero malagueño José Alba, que tiene meridianamente claro cómo tendría que ser el trayecto y por dónde debería discurrir para cubrir los 60 kilómetros en media hora, que es un tiempo de trayecto competitivo con el coche. También el alcalde de la capital, Francisco de la Torre, que ha sido el primer gestor en vislumbrar la oportunidad de la nueva propuesta, a saber: un trazado completamente nuevo desde el enlace con la Línea de Alta Velocidad de Córdoba y el aeropuerto, con un trazado de altas capacidades bajo la N-340. Muy cerca se han instalado los dirigentes de la asociación de empresarios hoteleros (Aehcos); los miembros de los clubes rotarios de la Costa (muchos de ellos extranjeros y con contactos en las altas esferas europeas); los empresarios y profesionales agrupados en la plataforma Civisur y la Fundación Málaga, entre otros.

No es mal comienzo, pero la máquina no echará a andar hasta que los vagones estén abarrotados. Para este viaje hacen falta muchas alforjas, las de toda la sociedad civil malagueña. Colectivos ciudadanos; colegios profesionales; entidades empresariales; partidos políticos; sindicatos; grandes sociedades; los ayuntamientos directamente implicados en el itinerario; Diputación, e incluso los de las provincias vecinas, que también se verán beneficiadas, están tardando en comprar su billete. Sólo cuando el convoy esté a rebosar de ciudadanos con una idea clara de lo que quieren y un anhelo compartido, unívoco y realizable, empezarán a mirarlo con seriedad desde las lejanías de Madrid. Ese día, el tren de la Costa empezará a correr sobre raíles.

A este trayecto no le hacen falta ideologías, ni colores políticos, ni piques entre pueblos ni territorios. La obligación de procurar un desarrollo sostenible de la Costa del Sol, una de las zonas de Europa con una mayor expansión social y demográfica, tiene que estar por encima de cualquier consideración secundaria y cortoplacista. Ya estamos tardando en subirnos todos al tren.

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