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Sin pueblo  y sin gloria
LA TRIBUNA

Sin pueblo y sin gloria

Venezuela, aquel país donde nací y que nos fue robado, está al borde de un enfrentamiento cívico sin precedentes. Destruido por el hambre y la violencia, el pueblo ha decidido echar el resto

MANUEL HERNÁNDEZ-SILVA. DIRECTOR DE LA ORQUESTA FILARMÓNICA DE MÁLAGA

Domingo, 23 de abril 2017, 09:50

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Sería media mañana cuando mi padre detuvo el coche junto a la entrada de aquella posada en cuya terraza se encontraba un grupo de músicos saludando al día a golpe de arpa, cuatro y maracas. Sin mediar palabra arrimamos un par de sillas y nos acercamos recibiendo como saludo un joropo inolvidable donde, en octosílabos precisos, nos daban la más cordial bienvenida. Con esa bellísima antesala, seguimos camino a casa de los abuelos para pasar las fiestas en Zaraza, llano de mi tierra con su olor a mastranto y a café recién «colao», con sus patios brotados de guayabos y tamarindos, donde las ánimas salían de paseo y todo nuestro mundo estaba rodeado de magia. Yo pasaba horas oyendo hablar a los viejos, sus interminables y sabrosos análisis de la actualidad política, sus recuerdos, y de cuánto le costó al país librarse de sus dos grandes dictaduras. Escuchaba embelesado pues aquella prosa era una sinfonía llena de un gran sentido del humor. La vida era apacible, tranquila. Mi abuela, para la ocasión, preparaba la mesa con buñuelos, queso de mano, bollitos de maíz, pisillo de «venao», plátano y arepas de maíz pilado. En casa de los abuelos se vivía con poco, pero nunca faltó de nada y jamás disfruté de tanta riqueza, pues lo que recibía de todos ellos me mantenía, y mantiene todavía hoy, asido a este mundo. En el patio de aquella casa me hice músico tocando a tierra, entre valses y joropos, y algún merengue, claro, pues, aunque de padre llanero, yo había nacido en la capital, en Caracas.

Venezuela, aquel país donde nací y que nos fue robado, está al borde de un enfrentamiento cívico sin precedentes. Destruido por el hambre y la violencia, el pueblo ha decidido echar el resto. ¿Cuántos ciudadanos inocentes tendrán que morir para llamar la atención de la comunidad internacional? Venezuela no aguanta un minuto más y el mundo debe saber que con un gobierno totalitario y sanguinario no hay posibilidad de diálogo. Los intentos de acercar posturas solamente han servido para perpetuar al régimen en el poder. El pueblo tiene hambre, el pueblo ha perdido todas sus garantías constitucionales, el gobierno ha engullido al estado y se ha hecho con el control total de los poderes.

Venezuela era un paraíso cuando yo la viví, como dicen hoy mis paisanos: «Éramos felices y no lo sabíamos». Pero aquella democracia tenía muchas vergüenzas y, acuciada por la corrupción, llegó a su máximo deterioro cuando el país confió en un cambio que resultó ser letal para la nación. Y ahí estamos hoy, viviendo en un estado donde se producen casi treinta mil muertes por violencia al año, habiéndolo convertido en uno de los más violentos del mundo y, paradójicamente, también somos o, mejor dicho, fuimos uno de los más ricos del planeta. Aquella Patria de las siete estrellas nos enseñó que «moral y luces son nuestras primeras necesidades» y, hoy más que nunca, debemos volver a aquellos preceptos de Bolívar quien, visto lo visto, con su sombrero y su bastón decidió marcharse abandonándonos y dando un portazo en las narices del régimen. Sin embargo, allí está ese pueblo glorioso y bravío dejándose la vida en la calle.

¡Ay Venezuela! ¿Dónde quedaron aquellas canciones que sabíamos de norte a sur y de este a oeste? ¿A dónde voló el turpial mañanero, a dónde se fueron aquellas tardes de serenata? Nunca olvidaré cuando aquí en Málaga, el pasado Jueves Santo, pude compartir toda una mañana con mi paisano Leopoldo López Gil, padre de Leopoldo López, el dirigente político venezolano, hoy preso junto a otros cientos de opositores. Fue un día lleno de emociones y me sentí conmovido por la fuerza con la que ese padre lucha por la libertad de su hijo y la de todos. No olvidaré jamás la imagen de la madre gritando el nombre de su hijo, ese grito que corta el aire y te paraliza partiéndote el corazón en dos mitades. Un grito de libertad y esperanza es lo que nuestro pueblo está lanzando hacia el mundo, un grito que hoy se ha hecho en mi piel como un traje de lucha y compromiso. Hoy más que nunca soy y me siento venezolano, y como tal siento el deber de hacer sonar mi voz y mostrar mi inmensa solidaridad hacia mis paisanos. Deseo desde lo más profundo que, cuando salgamos de este horror, podamos entre todos poner piedra sobre piedra para levantar nuevamente a nuestro país desde sus escombros.

¡Ánimo Venezuela, que pronto celebraremos el día en que nos sea devuelta la libertad que nos ha sido robada sin gloria y sin pueblo!

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