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horizontes cercanos

De una choza en Antequera a un piso en Manhattan

La increíble historia personal del artista antequerano Cristóbal Toral sólo la supera el hecho de que no tenga ni un solo cuadro colgado en los museos de Málaga, mientras sí que está en el Pompidou de París o en el Reina Sofía.- Sor María Montserrat se va a Gerona tras una gran labor en Málaga.

Pedro Luis Gómez

Domingo, 23 de abril 2017, 09:41

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Hay historias que no se creen. Por uno o más motivos. Es el caso del pintor antequerano Cristóbal Toral, una de las grandes firmas del arte español contemporáneo, cotizado como pocos, que tiene tras su actual estela de triunfador una vida llena de esfuerzos y de sinsabores, pero también de mucho cariño y de muchos avatares. Pero por increíble que sea su vida, lo es más aún que siendo uno de los pintores más reclamados del mundo, ni en uno solo de los museos de Málaga (y mira que para nuestro gozo tenemos unos cuantos) hay ni una obra suya colgada, lo cual no deja de ser un despropósito y también una muestra de la Málaga madrastra a la que tantas veces nos hemos referido en esta sección. Además, para que no falte nada, Toral es académico de honor de Sevilla y de número en Córdoba, pero no de la de San Telmo malagueña, posiblemente porque ahora la Academia está interesada en otros asuntos que no le deja mucho tiempo para intentar enmendar errores como el susodicho ni dedicarse a lo suyo... Cristóbal Toral se lo toma con ironía: «Nada, Málaga no quiere nada conmigo... No sé, igual es porque soy antequerano, por la rivalidad que ha habido siempre; y mira que quiero a Málaga, que es una ciudad con un peso cultural hoy muy importante», nos dice desde su estudio de calle López de Hoyos en Madrid, donde está prácticamente encerrado preparando una ambiciosa exposición en Estados Unidos, concretamente en Houston, para abril de 2018, concretamente en la recientemente inaugurada Art of the World Gallery, que por cierto, para que vean su importancia, ha elegido para abrir sus puertas al público en estos mismos días una exposición individual de unas 30 esculturas de Fernando Botero. También unos 30 cuadros es lo que quiere llevar a la citada galería Cristóbal Toral, que afirma que «quiero cuidar mucho esta exposición, porque el potencial del lugar al que voy es inmenso. En Estados Unidos tengo un gran predicamento y he de mimar todo lo que hago. Serán cuadros de formato mediano, buscando armonía y unidad. Aquello es la meca del arte y hay que saber muy bien dónde y cómo pisas». Toral es uno de los pocos pintores españoles que vende por encargo (y mucho) a clientes de Nueva York, donde el pintor tiene un marchante de gran categoría mundial, lo que incluso hizo en su día que adquiriera un piso y un estudio en Lower Mahattan, al lado del One World Trade Center y del Ayuntamiento neoyorquino, donde suele pasar un mes al año «viendo exposiciones y hablando con la gente del arte».Hace muy poco ha estado en Antequera con motivo de una visita a Málaga invitado por Radio Nacional de España al programa especial que realizó la emisora estatal en el Centre Pompidou del Muelle 1. «La verdad es que pensé que cómo mis cuadros pueden estar en museos de medio mundo y ninguno aquí», pero lo dice sin acritud: «Espero que alguien interceda por mí», y aparece de nuevo su fina ironía, forjada a base de una vida intensísima como sabrán aquellos que tuvieron la oportunidad de leer su autobiografía La vida en una maleta (Planeta), que fue todo un éxito. De familia muy humilde, Cristóbal Toral pasó una niñez y una juventud muy duras. Bueno, decir muy duras creo que es poco. Su padre, carbonero, vivía entre las encinas en una choza, y su colchón, y el de su padre era un saco, y su almohada, sus pellizas enrolladas. Nunca fue a una escuela hasta los 19 años, y fue su padre, a quien adoraba, el que le enseñó a escribir y a multiplicar «porque dividir no sabía». A los tres años, su madre los abandonó y su padre se encargó de criarlo él solo, aunque no faltaron sobresaltos: «Cuando yo tenía 8 ó 9 años, mi madre apareció y me secuestró. Me llevó a Córdoba, donde vivía con otro hombre. Tras tiempo buscándome, mi padre e encontró y fue a por mí, y me volví, y ya nunca más supe...». «Mi padre lo fue todo para mí, lo adoraba, lo quería como a nadie. Era una persona maravillosa, muy humilde, pero entregada a los suyos, muy honesta. Nunca nos faltó de comer aunque pasamos muchas necesidades. Mi alegría es que me vio triunfar en vida, ya que murió a los 86 años, y vivió con mi hermana en una casa en Antequera y me visitaba en mi piso en la Castellana de Madrid. Eso no está pagado ver cómo disfrutaba ese hombre por el éxito de su hijo». Ese hijo triunfó en la pintura por su categoría y calidad, pero también por esas casualidades de la vida: «Un día aparecieron unos cazadores y le pidieron agua a mi padre; al llegar a la choza vieron mis dibujos y quedaron maravillados, aconsejándole a su padre que le enviase a la Escuela de Artes y Oficios de Antequera, lo que éste hizo: con sus escasos ahorros compró una bicicleta, con la que se desplazaba a la escuela una vez terminada la jornada en el campo. Su primer maestro (Emilio del Moral), que estaba alucinado con «aquel cavernícola que apareció por la escuela», solicitó a la Caja de Ahorros de Antequera una ayuda para el joven pintor, y entonces apareció en su vida otra persona muy importante en su trayectoria: José García-Berdoy. «Para mí fue un segundo padre, y doña Tecla, su mujer, una madre. Cuando fui a estudiar a Madrid y ellos iban a su casa de la calle Alcalá, me invitaban a comer para que aprendiera a comer el pescado con los utensilios necesarios». Tras su paso por las escuelas de Antequera, Sevilla yMadrid, Toral comenzó a ganar premios y más premios y a labrarse su gran fama y su gran prestigio y caché en el difícil mundo del arte. Hoy es una figura mundial, pero en los museos de Málaga no cuelga ninguno de sus cuadros. La vida...

Sor María Montserrat no conoce en persona a Cristóbal Toral, pese a que estuvo un año en Antequera. Pero seguro que hubieran encajado. Si existen ángeles en la Tierra, esta mujer es uno de ellos. Tras un año en la Ciudad del Torcal (coincidencias antequeranas hoy domingo), la madre María Montserrat ha pasado tres años «maravillosos» como máxima responsable del Asilo de las Hermanitas de los Pobres, que con ella al frente de la congregación ha dado un paso gran paso adelante, con mejoras importantes, «todo por mis ancianos, los mejores del mundo». Sor María Montserrat se nos fue este día 21 con una profunda pena, trasladada como madre superiora ayudante a la casa de Gerona. «Estaba feliz en Málaga; su ciudad y sus gentes me han tratado como nunca. Aquí me siento muy querida, pero tengo voto de obediencia, y a donde me mandan allá voy». Esta catalana se considera ya medio malagueña, y su paso por estas tierras ha calado en no pocos colectivos y asociaciones. Era el rostro del Asilo de los Ángeles, donde ahora mismo sus casi 70 ancianitos lamentaron su traslado, al igual que las diez monjas que forman parte de la casa: «Viene a sustituirme una gran persona, sor María Dolores, de Osuna (Sevilla). Ya verán como pronto se olvidan de mí». «Yo no he hecho nada», dice con su proverbial humildad, «han sido los malagueños. Los malagueños son los que se vuelcan con la casa y con los ancianitos, el mérito es de todos ustedes, yo sólo soy una fiel servidora de Dios», sentencia.

Sor María Montserrat, que tomó los votos en 1974, reconoce que en Málaga ha sido «muy feliz, mucho más de lo que me podía imaginar» y también que «los echaré de menos, siempre los llevaré en el corazón». En medio de tanta gente mediocre y mala, de verdad, que se puedan conocer a personas como sor María Montserrat hace que muchos volvamos a creer en la especie humana. De verdad.

Pásenlo bien, disfruten de la vida, que es difícil pero hermosa, y con su permiso, que yo lo vea, y si es posible que Málaga cuelgue un cuadro de Cristóbal Toral en alguno de sus museos...

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