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LA TRIBUNA

Arquitectura sin literatura

Es 2037, y estoy en un banco sentado en lo que antes era el Muelle Uno, bajo la gran pérgola que todavía hoy subraya el horizonte terrestre de la ciudad, como una cicatriz de oreja a oreja

ANTONIO MARTÍNEZ ARAGÓN. ESCRITOR Y ARQUITECTO

Martes, 18 de abril 2017, 07:58

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Uno de mis hijos practica funambulismo sobre el dilema de si ciencias o letras. Me pregunto por lo perverso del asunto. Qué será de él cuando decida dejar a un lado determinados conocimientos que lo haría alguien más redondo y completo, y tal vez más independiente y feliz. Es 2037, y estoy en un banco sentado en lo que antes era el Muelle Uno, bajo la gran pérgola que todavía hoy subraya el horizonte terrestre de la ciudad, como una cicatriz de oreja a oreja. Al frente, el famoso hotel del Puerto como un miembro yerto tachando el horizonte marítimo. No hay grúas, tampoco silos ni galpones, ni barcos, no hay veleros. El Puerto es una feria de luces.

Recuerdo el día que Susana Díaz consiguió que sacaran de la Ruta de la Plata «un ramal» -como ella misma balbuceaba- desde Mérida hasta el mismísimo parking del hotel del Puerto que terminaron llamando Ruta de Paulino Plata. Años más tarde Juanma Moreno logró que la Ruta tuviese un subramal con parada incluida en la Posada de Antonio Banderas, un ático con la forma orográfica de Málaga y lleno de hitos malaguitas (para los más apurados de tiempo, especialmente los cruceristas).

Sentado a mi lado está mi amigo Jacinto, marino mercante hasta que Paulino Plata (El Visionario) y el nonagenario alcalde De la Torre acabaron con el Puerto. Estos, viendo que el negocio de ultramar iba menguando, decidieron hundir el último portacontenedores que llegó a Málaga (por cierto con un único contenedor) en la playa de La Malagueta con la idea de que los malagueños tuviésemos una calita como la idílica playa Navagio de Grecia (la del barco varado). Cada domingo nos sentamos aquí, en el Muelle Paulino, recordando el día que asistimos a la inauguración del Gran Hotel del Puerto. Lo taparon con una inmensa sábana de 137 metros de altura, con una guita a pie de calle me apunta Jacinto. Como si lo viéramos, recordamos al alcalde tirando de aquel cordel negro con la fuerza de un hombre de su edad, quedando el enorme sabanón cazado en una de las ventanas de la trigésima segunda planta. Javier Arenas, que por allí pululaba como un zángano resoluto (y lo recuerdo porque su cara salía en todas las macropantallas que se colocaron a lo largo y ancho del Puerto para el evento), logró con una llamada de móvil que en pocos minutos prorrumpiera un helicóptero sobre nuestras ilusiones para deshacer el yerro. Tras un par de horas de tiras y aflojas logró levantar aquel enorme pañuelo blanco de ciento y pico metros para descubrir la imagen definitiva del controvertido hotel. Todos miramos al cielo, silencio unánime. Algunos miramos al helicóptero que caía por el horizonte arrastrado por el gigante faldón hinchado por un viento no previsto.

Después de un concurso de arquitectura y varios filtros sociales el proyecto ganador fue corregido y rediseñado por una comisión asamblearia negociada cívica de base, compuesta por: un anestesista, un columnista, una comisión del distrito centro, un concejal independiente, el decano del Colegio de Peritos Agrónomos de Córdoba, la plataforma Por una Málaga sin Cotorras, el Aula del Mar, un arquitecto catarí y Javier Arenas. El hotel era una réplica exacta de la Estatua de la Libertad. Los que allí estaban, recordamos, no paramos de aplaudir, era un proyecto de consenso. Sí señor, por fin se había logrado para Málaga un proyecto de todos. Aquellos aplausos cesaron cuando vimos aparecer el helicóptero de nuevo por el hombro derecho del Hotel Estatua, solo que ahora el que parecía perseguir al helicóptero era la gran sábana, que terminó zafándose del aparato para caer sobre el ego de todos los que estábamos allí, cataríes, autoridades, cuerpos de seguridad y media ciudad de Málaga, junto a cinco mil globos que esperaban chirriones a ser liberados. No sabíamos si aquello era parte de la inauguración, algún rodaje de Bayona o era cosa de Arenas. Bajo el enorme lienzo las cabezas, de unos y otros, eran parejas, muy similares, no había clases, la de los árabes, la del regidor, la de Paulino Plata, algunas de aquellas esferas explotaban y sonaban como globos.

Después de dos horas, gritos, risas y diretes, primero los políticos y después el resto de la plebe lograron recomponerse y deshacerse del enorme paño, incluyendo los cataríes que sin perder más tiempo se auparon a la enorme palestra que les esperaba sobre la uña del dedo gordo de la Estatua de la Libertad, para soltar un discurso de agradecimiento a Málaga y nombrar el muelle territorio catarí de ultramar a lo Gibraltar.

Parafraseando a Gaspar Melchor de Jovellanos, a través de la arquitectura (empleada en adquirir y atesorar ideas) se alcanza el conocimiento de todo lo que nos rodea, columbrando su esencia, pero es a partir de aquí donde comienza la literatura que después de haberlas seguido (las ideas) en su rápido vuelo, se apodera de todas sus riquezas, les da nuevas formas, las pule y engalana, y las comunica y difunde, y lleva de una en otra generación.

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