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Indultos

Alberto Gómez

Miércoles, 12 de abril 2017, 09:25

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Entre el indulto y el insulto sólo media una letra que Málaga ha elevado a mayúscula ofensiva. La ciudad tardará en olvidar la cadena de despropósitos que esta noche impedirá que El Rico cumpla con su costumbre centenaria de liberar a un preso. Hay más gente indignada por esta decisión del Consejo de Ministros, por cierto basada en tres propuestas bastante sospechosas, que por la alarmante reducción presupuestaria ejecutada en la provincia por el Gobierno central durante los últimos años. Las tradiciones son material sensible. A menudo provocan brechas generacionales de consecuencias nefastas y las sociedades deben ir desprendiéndose de muchas de ellas como síntoma de progreso, pero en otras ocasiones conectan con lugares tan íntimos que resultan esenciales para comprender la memoria colectiva de un pueblo, un mapa imposible de descifrar desde fuera salvo que el acercamiento se produzca libre de prejuicios, con todos los sentidos abiertos. No es el caso del club de los convencidos, esos intelectuales de salón que pretenden imponer su visión del mundo sin salir del cascarón hueco de los grandes conceptos. Su afán derribador acaba siendo tan ridículo como el inmovilismo abocado al fracaso de quienes desean que nada cambie.

La religión y la política cada vez se parecen más. Es complicado saber dónde acaba la militancia y dónde empieza el fanatismo. Hace unos días, en redes sociales, un usuario escribió que fusilaría a una concejala de Torremolinos por posar envuelta en la bandera republicana. La imagen, sacada de su cuenta privada, provocó las críticas encendidas de varios militantes del PP. Se revolvieron, claro, porque la concejala pertenece al PSOE, aunque la instantánea nada tenía que ver con su actividad pública. Hay quienes aún no saben diferenciar entre ambas esferas. Deberían aprender de Aznar, que siempre lo tuvo claro y por eso hablaba catalán en la intimidad y dejaba caer los pies sobre la mesa con insolencia mientras se fumaba un puro y la paz mundial junto a Bush, con lo reprobable que resulta invadir mobiliario ajeno, no digamos ya países. El debate sobre la línea que separa la crítica y el humor negro del delito está tan en pañales que deja al aire más contradicciones que posiciones argumentadas. Hasta ahora lo único claro es que la realidad va directa a convertirse en un episodio de Black Mirror, esa serie de ciencia ficción que inquieta tanto como si nos dejaran echar un vistazo al futuro. Eso y que las redes sociales no fabrican tontos; sólo los dejan al descubierto.

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