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La guerra imaginada

francisco apaolaza

Jueves, 6 de abril 2017, 09:24

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Somos un monumento a lo arbitrario. Llamamos casa a un planeta preñado de fuego que gira alrededor de su propio eje a una velocidad de 465 metros por segundo y, mientras tanto, anda la gente a vueltas con que Ramón Espinar se ha tomado una Coca Cola. El senador podenco, caricatura de sí mismo, pidió con su partido el boicot a la marca de refrescos y después se pidió dos en el comedor. «Si Madrid no produce, en Madrid no se consume», era el lema de su lucha. Yo le entiendo, porque también me cuesta llevar los días sin la ayuda de la cafeína y los lunes no soy persona hasta que no me abro una lata de cerveza fría a las nueve de la noche.

De todas las cumbres que ha coronado el hombre, la más alta es la de su propia subjetividad. Es extraña esta manera de escoger el motivo del escándalo. De momento, el mundo debate acerca de un tuit sobre Carrero Blanco y fantasea con la posibilidad de que España e Inglaterra entren en conflicto a cuenta de Gibraltar. Ellos apuntan si debieran comenzar la invasión entre las dos y las cuatro de la tarde, porque estaremos todos dormidos a esa hora, y desde aquí añadimos que sería el momento perfecto, pues es el único del día en la que no están borrachos. Solo pido que si entramos en combate con la Pérfida Albión, no hagamos caso a Villeneuve. De momento, hay quien apuesta por que los españoles dejemos de consumir manjares ingleses; la cosa es saber cuáles.

Ya no distinguimos entre las guerras imaginadas y las reales. Mientras en Madrid Paloma recién nacida se despierta de la siesta y mira la primavera con asombro desenfocado, en Idlib los cuerpos de los niños gaseados que se retuercen en estertores y un bombero los riega con una manguera para limpiar el gas de su piel. Ahora los ha bombardeado Al Assad, ahora han atacado un almacén de neurotóxicos ¿Los guardaban los rebeldes protegidos por la población civil? y Europa ha pedido con toda firmeza no sé qué sobre la impunidad y que se condene tan execrable acción militar, que la abuela fume y, antes que nada, que se investigue quién está detrás, pues aún no se sabe. Ni se sabrá nunca.

Lo que le importa a la gente (Marca Registrada) siempre es relativo, pero tiene que haber un término medio entre que el mundo nos la traiga al pairo y que quedemos como imbéciles.

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