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Poetas

Alberto Gómez

Miércoles, 29 de marzo 2017, 08:34

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Antes que de museos, Málaga es una ciudad de poetas. Por eso el muro de la travesía Pintor Nogales, entre la Alcazaba y la Aduana, espera los versos de Vicente Aleixandre. Es una cuestión de justicia e incluso de pedagogía; los adheridos al cainismo provinciano merecen que esas paredes les recuerden cada día que fue precisamente un autor sevillano quien mejor ha captado hasta ahora la esencia de esta ciudad de «calles ingrávidas y alas abiertas». La propuesta corre el riesgo de quedar sepultada entre el alud de iniciativas y concursos de ideas que el Ayuntamiento anuncia con habitual frecuencia y extraña vocación de futuro inalcanzable, una patología institucional que debería bautizarse como síndrome del Astoria. Ya lo advirtió Ángel González: «Te llaman porvenir porque no vienes nunca».

Antonio Banderas se ha adelantado y ha decorado su ático con unos versos de 'Por la mar chica del puerto', de Manuel Alcántara, una nostálgica oda a la alegría de la que saca pecho ahora que el corazón le ha jugado una mala pasada. El actor malagueño recitó el texto con un nudo en la garganta en su regreso al Festival de Cine, justo el año en que ha ganado una de las películas más poéticas y emocionantes de las que han pasado por el Teatro Cervantes en las últimas dos décadas. En 'Verano 1993' hay escenas que, como algunos versos, acompañan para siempre. El idioma es lo de menos, por mucho que asomen altivamente la cabeza quienes, sin sacudirse el polvo, aún se rasgan las vestiduras ante una historia rodada en catalán.

Málaga tiene una cuenta pendiente con sus poetas. Y hay cientos de muros pidiendo a gritos ser despojados de su publicidad de conciertos y ofertas de dos por uno, paredes susceptibles de acabar untadas con la cara de algún candidato a las próximas elecciones. Antes de que se instalen los eslóganes martilleantes y las sonrisas de campaña, esta ciudad del paraíso cada vez más desmemoriada debería reivindicar su condición de capital poética, aunque el monumento a Emilio Prados en El Palo amanezca pintarrajeado cada dos por tres y la estatua de Ibn Gabirol haya necesitado un pedestal para que sus pies no acabaran convertidos en un 'pipican'. Pensándolo bien, tal vez no merezcamos los versos de Aleixandre o Alcántara, tampoco los de Rafael Pérez Estrada, María Víctoria Atencia o Chantal Maillard, sino un único mensaje escrito en letras gigantes, como un vaticinio terrible: «Prohibido fijar carteles. Responsable la empresa anunciadora».

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