Borrar
LA ROTONDA

Desde una torre

Antonio Ortín

Lunes, 27 de marzo 2017, 08:36

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Málaga es una ciudad muy dada al vértigo de provincias. A perder el equilibrio de sus certezas cuando se encarama al mirador de una transformación. Es una metáfora colectiva de ese rudo hombre de campo al que se le abre el mundo bajo los pies cuando le anuncian que una moderna autopista pondrá a su pueblo en el mapa. Al menos, en el de carreteras. Y el buen paisano replica entonces que no, que él quiere su acequia, su empedrado y su cantina como está. Pues eso en Málaga sucede a menudo. De hecho, ocurre siempre que se abre un melón que traza la ruptura de la rutina paisajística. Estalla entonces un debate en el que, desde su atalaya de infalibilidad moral, algunos tratan de denigrar las propuestas rompedoras desde un conservacionismo arquitectónico que, en realidad, esconde un costumbrismo melancólico que ríanse ustedes de Mesonero Romanos y su Madrid decimonónico.

Ocurrió, lo recordarán, con La Mundial. Parecía que el hotel de Moneo, con sus alturas y su diseño de futuro, iba poco menos que a destruir las ruinas de Agrigento. Y allí malvive erguido, después de tanto ruido y tanta demagogia, el resto ajado de lo que en su día fue pensión de mala muerte sobre el solar amurallado donde las ratas se invitan a comer.

Tirando de memoria (ay, qué fragil es el discurso temporal de algunos) podemos evocar también el silo, aquel granero de un pasado industrial cuyo derribo casi compararon algunos con la destrucción de Pompeya. Pasó el tiempo, el puerto se fue abriendo a la ciudad y muchos de los que firmaban aquello paseaban su sonrisa en la inauguración del Palmeral de las Sorpresas. ¿Alguien se acuerda hoy del silo? Algo parecido le pasó también al metro cuando, al calor de los intereses políticos, no faltó quien trató de devaluar el proyecto nacido para vertebrar una población repartida en una creciente área metropolitana.

Ahora andamos a la gresca con el hotel rascacielos en el Dique de Levante. El argumento central de los críticos es el impacto paisajístico de la torre diseñada por José Seguí. Como si a una ciudad que siempre vivió de espaldas al mar le inquietase ahora una postal futurible y contemporánea tan alejada del Centro. Pero si nadie duda de que el puerto será el camino por el que Málaga avance en el siglo XXI hay que exigir altura de miras para superar la miopía que provoca el miedo. ¿No lo hizo París que, en el XIX y de la mano del barón Haussmann, dejó atrás la enredada ciudad medieval de callejuelas y adoquines para dar paso a través del bulevar Saint Germain a la urbe arrebatadora cuyo urbanismo todos admiran hoy?

Por eso, qué quieren que les diga: en Málaga debemos aprender a sacudirnos los complejos de provincia y empezar a mirar nuestro futuro con altura. Desde una torre, si hace falta.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios