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RELACIONES HUMANAS

Esclavos del tiempo

josé maría romera

Domingo, 26 de marzo 2017, 12:10

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La gente que se queja de tener mucho que hacer es la que menos cosas hace, sentenció Lichtenberg siglos atrás. La paradoja se acentúa hoy con la omnipresencia en nuestras vidas de unas tecnologías creadas en apariencia para ahorrarnos tiempo, pero que sin embargo absorben buena parte de nuestra actividad diaria. El mismo smartphone que resuelve en un santiamén trámites de gestión y de comunicación que antes nos habrían ocupado horas e incluso días, es el culpable de unas pérdidas notables de tiempo dedicadas a la conversación digital intrascendente o al vagabundeo ocioso por entre webs sin valor alguno. «¿No se suponía que las máquinas modernas ahorraban tiempo y, de ese modo, dejaban más tiempo libre?». De esta pregunta parte Esclavos del tiempo. Vidas aceleradas en la era del capitalismo digital (Paidós, 2017), un documentado trabajo de la socióloga Judy Wajcman centrado en la reflexión sobre las nuevas percepciones del tiempo en nuestros días, y más concretamente sobre aquellas que desembocan en la sensación de agobio o apremio que constituye una de las fuentes del malestar contemporáneo.

Tenía razón Baltasar Gracián cuando aseguraba que la única propiedad del hombre es su tiempo. Aprovecharlo o malgastarlo depende de cada cual, pero en teoría uno de los índices de nuestra evolución hacia estadios cada vez más civilizados viene dado por el hallazgo de medios y fórmulas para su ahorro. Sin embargo, no parece que se esté cumpliendo la profecía de Keynes sobre una liberación del trabajo. Según un estudio del también sociólogo John Robinson citado por Wajcman, la percepción de falta de tiempo entre la población estadounidense ha ido creciendo en las últimas décadas. Mientras que en 1965 era un 25% de la población la que se declaraba apurada, cuarenta años después pasó a ser un 35 %, y la proporción ascendió en 2010 a casi la mitad. Hemos ido tejiendo unos modos de vida frenéticos y un tanto enloquecidos en los que la prisa es, más que una sensación derivada del apremio temporal, una forma constante de estar en el mundo. Pero no todas las causas tienen origen externo. Tras un pormenorizado análisis de los ámbitos, situaciones y circunstancias en que tiende a manifestarse más la falta de tiempo desde lo laboral hasta la vida familiar, pasando por el consumo y el ocio, Wajcman desmonta la tesis según la cual el apremio deriva directamente de la mecanización de las vidas y del peso creciente de la cultura tecnológica. Las demandas temporales, sostiene, no son inherentes a la tecnología sino que se incorporan a nuestros dispositivos por proyectos y deseos absolutamente humanos. Dicho de otro modo: que las máquinas causen efectos liberadores o esclavizantes no depende de sus características y funciones sino del uso que hagamos de ellas y del modo en que las integremos en nuestra trama vital.

De poco sirve hacerse con un dispositivo preparado para organizar nuestra agenda y responder a los correos en un tiempo récord si luego dilapidamos esa ganancia de tiempo en tareas improductivas o banales. Las más de las veces los nuevos artilugios a nuestro alcance economizan la actividad, pero favorecen la distracción. Nos permiten hacer muchas cosas en menos tiempo, pero invitan a procrastinar creándonos nuevas necesidades en las que invertimos considerables recursos temporales. La imagen de cualquier espacio concurrido a cualquier hora del día hace preguntarse cómo puede ser posible que toda esa gente con el móvil pegado a la oreja tenga tanto que hablar con otras personas. A estas insólitas incitaciones comunicativas se añaden las de un creciente universo de entretenimiento que encuentra su mejor soporte en los artilugios tecnológicos. Quizá se deba a que al disponer de tantos medios hemos bajado la guardia y derrochamos con más facilidad el tiempo supuestamente ahorrado gracias a ellos.

Sea como fuere, parece que sigue cumpliéndose la circularidad que observó Cioran: «Mi misión es matar el tiempo y la de este matarme a su vez. Se está bien entre asesinos». Sin negar que la digitalización esté reconfigurando el ritmo de nuestras vidas y el significado mismo del trabajo y del ocio, Wajcman relativiza alguno de los mitos de la sociedad de la aceleración. Por ejemplo, el de que los niños se encaminan al aislamiento. La socióloga aporta datos que demuestran todo lo contrario: cómo los niños se relacionan cada vez más con otras personas, especialmente con unos padres que en ningún momento de la historia habían pasado tanto tiempo como ahora hablando con sus hijos.

Conquistar tiempo para nosotros mismos sigue siendo una condición de la felicidad. La posesión de tiempo es muchas veces más valiosa que la de dinero. Es posible incluso que las grandes desigualdades vengan dadas por una mayor o menor calidad de vida de individuos y grupos derivada de sus distintos grados de soberanía temporal. Pero de eso no son responsables las tecnologías, nos dice Judy Wajcman, sino sus usuarios.

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