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Haters

Alberto Gómez

Miércoles, 22 de marzo 2017, 09:23

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Como una plaga, los profesionales locales del odio se alimentan durante todo el año de los grandes eventos de la ciudad. Estos días pastan sobre la alfombra roja del Festival de Málaga, al que acusan de haberse vendido desde sus inicios a la televisión y su circuito comercial. Porque la principal característica de los 'haters' es que consideran que todo tiene un precio salvo ellos mismos y su mesiánico círculo de confianza, único punto de luz en medio de la oscuridad a la que el resto del mundo permanece sometido. Su gruñido crónico ante las películas programadas en la sección oficial, teróricamente las más comerciales, se convierte en una mueca de erudita aprobación cuando hablan de los documentales que ni siquiera ven. Olvidan que, en las últimas dos décadas, el certamen malagueño ha servido como lanzadera de directores noveles consolidados años después, como escaparate para cintas que no encuentran distribución y como cobijo para pequeñas joyas que pasarían desapercibidas sin el impulso tomado en Málaga. Parecen motivos suficientes para pasear esta semana por el centro con, por qué no decirlo, cierto orgullo, pero nada de eso les importa a los 'haters'. Su objetivo real poco tiene que ver con el cine. Las críticas al Festival constituyen una pieza más de la maquinaria de desprecio que ponen en marcha cada día, el falso pedestal desde el que se permiten mirar a su alrededor con una altivez ridícula.

A los 'haters' les sobra el Festival pero también la Semana Santa, las terrazas, las luces de Navidad, el Carnaval, los hoteles, la Feria, los chiringuitos, los museos y hasta el turismo. Sentencian que Málaga se va al garete, que está masificada y apesta, que carece de un modelo de ciudad, que el apocalipsis urbano está cerca y nosotros sin saberlo, ajenos a la verdad incontestable que a ellos, seres privilegiados, les fue revelada cuando de golpe adquirieron conocimientos totales de gestión pública y privada, política, periodismo, derecho, economía, arquitectura, arte y sociología. Cuando estoy de acuerdo con algunas de sus manifestaciones, porque de tanto tirar a veces tocan diana, recuerdo que una poeta me enseñó que esto de las opiniones no es más que una simple partida de ajedrez, un juego de conceptos en el que resulta tan sencillo defender una tesis como su antítesis, y muevo ficha sin demasiado convencimiento, sólo con la esperanza de atisbar un resquicio de duda entre tanta trinchera ideológica.

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