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VOLTAJE

Gimnasia pasiva

Me parece muy bien que los vecinos recojan firmas para que instalen una escalera mecánica en la calle

Txema Martín

Viernes, 17 de marzo 2017, 08:06

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Una de las cosas más alucinantes que han dado los grandes almacenes a la humanidad ha sido el descubrimiento de las escaleras mecánicas. Creo que las primeras que hubo en Málaga fueron las de El Corte Inglés, y muchos recordarán la primera vez que las usaron. La sensación de subirse a unas escaleras mecánicas mantiene todavía una sensación de paz con la tecnología gracias a un desplazamiento físico sin movilidad muscular que nos cambia de estado y de planta, que nos eleva hasta las cimas de una sociedad de consumo que luego nos depararía tantos y tantos placeres indescriptibles.

A mí me parece muy bien que unos vecinos recojan firmas para que les instalen una escalera mecánica o una rampa en la calle, concretamente en esa terrible escalinata que está en San Millán y que todos habremos tenido que subir alguna vez. Son unas escaleras que imponen, de las que permiten rodar media secuencia de Acorazado Potemkin o el final de Rambo. A las personas mayores se les derraman las fuerzas por esas escaleras. Los minusválidos la tienen vetada. Quienes lleven un carrito de bebé o de la compra, que para el caso es lo mismo, se ven forzados a multiplicar sus esfuerzos o tirar por la calle Carrión, más conocida en los ambientes universitarios como 'la cuesta del coño'. Quizá este problema de las escaleras sea el número 200 de los que afectan a El Ejido y a Capuchinos, dos barrios con fronteras difusas, que pese a encontrarse a dos pasos del Centro tiene zonas degradadas y bastante penosas.

Inventadas mucho antes de la gimnasia pasiva, en ciudades como Santander o Vigo ya hay un montón de escaleras mecánicas públicas y a la intemperie, y son todas un encanto. La última vez que utilicé una fue en Bilbao, y reconozco mi extrañeza al comprobar que el mecanismo se encontraba en un estado de forma envidiable. No tenía arañazos, el cobre seguía en su sitio y no daba la impresión de que hubiera sido blanco de gamberradas ni de grandes escándalos. Pensé que en Málaga la cosa sería diferente y que habría que colocar cámaras de vigilancia o las escaleras durarían cinco escasos minutos. Esa sorpresa causada por la ausencia de vandalismo resulta en realidad vergonzosa porque le hace a uno sentirse un poco menos civilizado. Me recordó a una vez en la que accedí a un bar en Viena, uno de estos sitios con licencia de café teatro, abismal en su propia arquitectura, en te invitaban a dejar el abrigo en un simple perchero de la entrada antes de entrar a la pista de baile, bajando unas escaleras - porque los mejores locales son subterráneos. Cuando le pregunté a unos desconocidos que si allí no robaban abrigos, como para romper el hielo, me miraron como sólo puede mirarse a un cavernícola o a una especie de cavernícola moderno, de los criados en la selva. Así que tenemos que apoyar totalmente la idea de estas escaleras. Aunque sea solamente para ver lo que pasa.

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