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CARTA AL DIRECTOR

Política superficial

Manuel Castillo

Domingo, 12 de marzo 2017, 10:03

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Uno de los mayores riesgos de la política actual es la superficialidad e instantaneidad que caracteriza, hoy por hoy, las relaciones sociales por influjo del mundo digital y sus redes. Le ocurre igual al periodismo, a la cultura o a la enseñanza. Incluso a la religión. Todo tiene que ser rápido, corto, impactante y, a ser posible, viral. Al final, como ejemplo, de toda la crisis de Corea lo que más recordamos es el vídeo de un comentarista de la BBC en apuros cuando sus hijos y su mujer se convirtieron en protagonistas involuntarios y cómicos de esa emisión en directo.

La acción política, y en eso los chicos de Podemos son expertos, se basa en golpes de efecto más o menos chuscos. Cualquier cosa es válida si cumple ese fin de la relevancia: un bebé, una camiseta con un eslogan, un torso desnudo, un beso, cal viva, un tartazo... Todo el mundo recuerda la portada del Jueves de Urdangarín, pero poco más; o la dragqueen coronada y crucificada, pero poco más.

No sólo es difícil profundizar en una propuesta política, en un artículo, en un discurso, es que existe poco interés, por no decir ninguno, por ir más allá. Y eso se traslada a cualquier esfera, mundial, nacional o local.

A la hora de poner en marcha cualquier proyecto, esta ola del tiempo real rápidamente lo convierte en un sí o no, en un blanco o negro. Por ejemplo, a la hora de analizar el desarrollo urbanístico de los antiguos terrenos de Repsol, el debate se reduce a bosque urbano sí o bosque urbano no. O la regeneración de los Baños del Carmen en espacio público o espacio privado. O el hotel del Puerto en torre sí o torre no. O el relevo de Francisco de la Torre se reduce a un afán por poner una fecha ya, ahora mismo, cada día, en cada aparición pública, en cada entrevista. Claro, y así termina por enredarse.

Y ha ocurrido también con el asunto de la Agencia Europea del Medicamento, afrontado con superficialidad por todos y todas las partes. Al final se opta por Barcelona por estrategia política -vayan a enfadarse- y por el peso tradicional del lobby de la industria farmacéutica catalana representada desde hace décadas por esa burguesía catalanista que tanto le gustaba ir al Palau. Lo demás es querer engañar y engañarnos. Milongas.

Y mientras en Málaga sigamos así, arrastrados por la política de tuit, del total de televisión, del titular, incapaces los partidos y sus políticos locales de buscar el bien común con alianzas y acuerdos, será imposible mover esta maquinaria burocrática tan pesada. Y pasaremos los años enredados en dimes y diretes, en rifirrafes, en la viralidad de una frase hueca, en una política tan insulsa como inútil.

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