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Acrobacias municipales en una 'manifa' pro La Invisible. :: ñito salas
Veo, veo
LÍNEA DE FUGA

Veo, veo

Antonio Javier López

Domingo, 12 de marzo 2017, 09:58

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Los pasillos interiores de la primera planta del Ayuntamiento de Málaga están decorados con una nutrida cuadrícula de lienzos del mismo tamaño con retratos de los alcaldes de la historia reciente de la ciudad. La galería entretiene los ratos muertos entre citas o comparecencias públicas, pero además sirve para elucubrar algunas teorías a cuento del telón de fondo escogido en los casos más recientes. Hasta entonces predominaba el segundo plano neutro, sin distracciones, mantenido hasta los semblantes de Antonio Gutiérrez Mata, Cayetano Utrera Ravassa y Luis Merino Bayona.

Cambió la tendencia, como en tantos otros frentes, Pedro Aparicio. La idea consistía en resumir el mandato con algunos logros, hitos significativos de su periodo al mando de la urbe. Aparicio posa con un ejemplar en la manos de la 'Lex Flavia Malacitana', la carta fundacional de la ciudad en época romana, y la fachada del Teatro Cervantes a su espalda. Ambas elecciones resultan ilustrativas de su querencia por el mundo clásico y su amor por la música. Su sucesora en el cargo pasa a la posteridad pictórica junto a un túnel, un museo a la deriva -se ha vuelto a recordar esta semana- y la molicie de La Coracha. Quizá no tenía mucho más donde elegir. Todo lo contrario que el actual alcalde: la calle Larios peatonal, la nueva Alcazabilla (con cuidado de que no salga el Astoria) y el Cubo de colores del Pompidou parecen buenas opciones. Ahí va otra: La Casa Invisible.

Pocas imágenes como La Casa Invisible sintetizan el manual de estilo del regidor cuando ha surgido un asunto espinoso: el metro, los Baños del Carmen, su propia retirada o no. Hablamos de cuatro décadas en el ring político con un KO (puede que dos) y el título mantenido con un reguero de victorias a los puntos y combates nulos. Juego de pies verbal para decir una cosa y la contraria, mítico poder encajador y una férrea creencia en la capacidad de ganar por agotamiento -o aburrimiento- del rival. Ahí están los belicosos okupas de un inmueble municipal cuya expropiación ha costado más de tres millones de euros sin saber muy bien cómo hincarle el diente a semejante hueso.

La Casa Invisible cumplía el viernes diez años y la sensación es que podría cumplir otros diez sin que se tomasen las decisiones indispensables para resolver su situación legal, sea en la dirección que sea. Por no tomar decisiones, ni siquiera se vela por el cumplimiento del cierre cautelar del edificio decretado hace más de dos años y todavía en vigor. Es decir, se supone que desde el 23 de diciembre de 2014, la entrada al inmueble está prohibida por la autoridad municipal, pero la autoridad municipal no hace nada para que allí se dejen de celebrar actos y reuniones de manera continuada, hasta el punto de que varias celebraciones de su décimo aniversario se han organizado no ya en el patio exterior rehabilitado, sino dentro del propio edificio.

Quién sabe si la ha copiado del líder del partido o si este la ha asumido ante la efectividad con que se aplica en la principal capital de provincia donde mantienen el poder, pero el oficio de oír llover ante los asuntos polémicos ha demostrado una magnífica efectividad sólo al alcance de quien pueda mantenerse con férrea determinación en la capacidad de indefinirse. Porque primero amagaron con el desalojo forzoso, apaciguaron los ánimos, estudiaron la cesión directa, luego un concurso, pidieron papeles, después modificaciones, abrieron un periodo de negociaciones y así pueden seguir hasta el infinito y más allá. Lo han demostrado.

Saben que el tiempo juega a favor de la modorra y el olvido, que el conflicto se ha convertido en algo manso, manejable, que ha dejado de ser una piedra en el zapato para convertirse en un chicle pegado a la suela. No molesta para seguir adelante, apenas chasquea a cada paso. Sólo hay que acostumbrarse. Y en ocasiones, incluso encuentran tiempo para el humor. Para elevar una estatua que presenta a un artista indómito, al gran revolucionario del arte de los cuatro últimos siglos, como un abuelito en babuchas que da la espalda a su Casa Natal. Para hacer de uno de sus mayores motivos de sonrojo (Tabacalera) una de las portadas luminosas de su recinto ferial en agosto. Para mantener un frente abierto durante una década llamado La Casa Invisible y gestionarlo jugando al Veo Veo.

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