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LA ROTONDA

La hora de Pablo

Antonio Ortín

Lunes, 27 de febrero 2017, 08:38

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Y la muerte de Pablo Ráez irrumpió en este sábado en calma para desabrigarnos de golpe de la misma sonrisa que él hizo viral a través de las redes sociales en su lucha heroica contra la leucemia. La jornada transcurría como siempre. Entre las rutinas de la actualidad, que descansaba de una semana de corruptelas y sentencias de una Justicia injusta; y el minuto y resultado de una tarde cualquiera de fútbol. Y, de repente, zas. Un zarpazo que nos arrancó de nuestra conciencia tranquila de sofá y café para estrangularnos la garganta de pena.

Pablo, con sus 20 años, su sonrisa y sus bíceps, en ese gesto que nos dejó como código universal de la esperanza, se ha ido con su estela ejemplar de vida. Y con tal fuerza se nos incrustó su mirada de frente a la muerte, su pulso sin derrota a la enfermedad, que el sábado fue como si él nos soltara de golpe la mano para quedarnos en una orfandad de tristeza. Porque pudo ser de los pocos que comprendió, de verdad, de qué va esto de transitar por este camino irregular e imprevisible de recompensas y sinsabores, de miedos y alegrías, decepciones y abrazos. Y por eso, esta tarde de sábado se nos hizo de noche por dentro en un minuto, de silencio, que aún nos dura.

Aquí se queda, eso sí, la nostalgia que deja quien supo entrar en nuestras vidas aunque no lo conociéramos. La fuerza presente de quien nos enseñó con su propio ejemplo que tenemos no el derecho sino la obligación de sonreír cada mañana aunque estemos rotos por dentro porque, como en la canción de Sabina, hay más de cien pupilas donde vernos vivos. De quien consiguió convertir su causa, la donación de médula, en un éxito al que ni las campañas institucionales ni las autoridades sanitarias se habían aproximado hasta entonces. Pero, sobre todo, nos dejó sobre la mesa antes de irse una pregunta que debería bastarnos para tirar hacia adelante cada día: «Aunque decaigas, todo es temporal, todo va a pasar. Joder, ¿no pasa la vida? ¿Cómo no va a pasar un momento o un día malo?»

Ya hacía tiempo que se presagiaba un desenlace como este. Su familia admitía que tanto ellos como el propio Pablo se barruntaban que la batalla estaba perdida. Pero tanto alumbró a lo largo de esa guerra titánica y sin cuartel contra la enfermedad que su mirada brilló erguida en nuestras conciencias hasta en el armisticio final.

A Pablo Ráez le ha llegado su hora y a nosotros nos ha helado el corazón. Al fin y al cabo, esto es la vida aunque a veces cueste aceptarla. Ya escribió Hemingway que lo único que nos separa de la muerte es el tiempo. Por eso, Pablo ahora vuela alto. Y descansa. Aquí, cuando nos precipitemos al desaliento, sabremos qué hacer: sacar bíceps, mirar su estrella y comprender entonces que vivir, lo que es vivir, consiste sólo en sonreír siempre. Incluso en estos malditos sábados tristes.

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