La racionalidad de los hechos no resulta tan aparente como el recurso a las emociones que pueden ser alivio para huir de sí mismo y de los propios miedos
JOSÉ FRANCISCO JIMÉNEZ TRUJILLO PROFESOR DE HISTORIA
Domingo, 26 de febrero 2017, 09:35
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Hay vientos que obedecen a la Historia. Se generan con cierta periodicidad por la diferencia de presión que ejercen los ciclos económicos, las diferentes formas de nacionalismo o la debilidad de un sistema político, muchas veces democrático. Fácilmente pueden llevar una dirección que arrastra a las masas -gente o pueblo, nunca ciudadanos- marchando tras ideologías o fórmulas políticas que, siguiendo la metáfora, están llenas de viento porque no aportan nada nuevo o bien porque se inflan con palabras comunes, verdades a medias o mentiras completas. Y, por supuesto, las lidera un salvador que se acompaña de una estética singular.
Nada nuevo bajo el sol del pasado siglo y por ello se explica bien la multiplicación de las ventas de 1984, el libro de George Orwell editado en 1949. El Gran Hermano -el original- recobra actualidad y la habitación 101, el lugar reservado donde se escenifican todos los miedos, parece un sitio obligado en los aledaños de aparentes nuevos poderes. Sólo que ahora «los dos minutos de odio» diarios y obligatorios a que estaba la gente sometida en el mundo orwelliano se deslizan silenciosos y persuasivos desde las redes sociales con un mensaje mínimo, ajeno a cualquier discrepancia.
Efectivamente, se llama miedo y anida más allá de los mensajes que, mil veces repetidos al decir de Goebbels sobre la mentira, se convierten en una verdad. Porque se trata de un miedo mucho más profundo e individualizado, es el miedo a la libertad que se apodera del hombre contemporáneo y que asume su pérdida convencido de que ante enemigos externos, reales o prefabricados, su soledad será más soportable diluido en el grupo, conducido por una senda despejada de dudas por una voz segura. Por eso resulta tan aconsejable la revisión del texto de Erich Fromm al que la era digital no ha restado actualidad, antes bien ha contribuido a acelerar el proceso de estandarización social iniciado con la revolución industrial. Es «El miedo a la libertad». Otra vez.
Claro que acercarse a este u otros textos exige un esfuerzo considerable, de carácter autónomo, que se llama «pensar» y que conviene acompañar de algún repaso a la historia -si es que se estudió- y de algunos textos literarios o filosóficos hoy nada convenientes puesto que algunos de ellos se escribieron originalmente en latín o griego, lenguas que se dicen muertas. Sería algo así como enfrentar el clásico sapere aude -atrévete a saber- al concepto de tan rabiosa actualidad de la posverdad. La racionalidad de los hechos no resulta tan aparente como el recurso a las emociones que pueden ser alivio para huir de sí mismo y de los propios miedos. Frente a la pregunta, la duda, la alternativa o la ironía que exigen respuestas complejas y que producen un cierto desasosiego, actúan como tranquilizantes el asentimiento, la seguridad, el camino único o el insulto. Buen ejemplo de todo ello son las tertulias de moda -políticas, deportivas o de miserias ajenas- que han sustituido con agrado de buena parte de la audiencia el debate de las ideas por una subida del diapasón y las agresiones verbales.
En esta huida de la libertad se deja ver el ejercicio imprescindible de la autocensura para no salirse de lo políticamente correcto o de lo establecido por el líder, y así dejar que la apariencia o las emociones sí me engañen. La posverdad no es con todo ello sino un nuevo barniz para la mentira de siempre y el Gran Hermano se siente seguro de su éxito: millones de personas no pueden equivocarse.
Lo que sí es seguro que pueden hacer es acudir al desistimiento o al silencio cómplice. O tal vez al olvido. Las imágenes de los refugiados que huyen de la guerra ya no alteran nuestro almuerzo y son pocos los que recuerdan o quieren recordar que estos pudieran ser los mismos españoles -ahora en color- que se hacinaban en marchas imposibles camino del exilio hace casi nada si hablamos de la historia. Es un ejemplo de debilidad democrática y hay que decir, tal vez pregonar, que las dictaduras tienen su más firme asiento sobre las democracias más débiles. Algunos pensamos que, entonces, millones de persona sí pueden equivocarse.
Erich Fromm termina su ensayo con estas palabras que intentan sacudir el miedo a la libertad: «La victoria sobre todas las formas de sistemas autoritarios será únicamente posible si la democracia no retrocede, asume la ofensiva y avanza para realizar su propio fin, tal como lo concibieron aquellos que lucharon por la libertad durante los últimos siglos». El libro fue publicado en 1941 en Estados Unidos. Setenta y cinco años después, un periodista de la CNN nos ha mostrado el camino en una rueda de prensa que algunos nos atrevemos a pensar que pasará a la historia como ejemplo de civismo, de resistencia a través del pensamiento crítico, en su empeño continuado de interpelar al presidente, entonces electo, de los Estados Unidos que una y otra vez le mandaba callar y le negaba la respuesta.
No se recuerda haber visto nada semejante por estos pagos y representa para tantos la secreta esperanza en la resistencia de unos medios de comunicación que saben de los peligros que puede traer, otra vez, el miedo a la libertad.
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