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Sin miedo ni esperanza

JOSÉ ANDRÉS TORRES MORA

Domingo, 26 de febrero 2017, 09:37

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En el Parque del Oeste de Madrid hay una estatua del general Cassola, un liberal del siglo XIX, al pié de la misma hay una placa en la que se puede leer: «El ejército debe estar organizado de suerte que no tenga nada que temer de la injusticia ni que esperar del favor». Varias décadas después de que muriera el general Cassola, uno de los más importantes pensadores de la Grecia contemporánea, Nikos Kazantzakis, hizo poner en su epitafio: «No espero nada. No temo nada. Soy libre». Baruch Spinoza, mucho antes de que nacieran el general español y el pensador griego, había escrito: «no hay esperanza sin miedo, ni miedo sin esperanza». La esperanza y el miedo están ligados, a veces tienes que renunciar a la esperanza para vencer al miedo, para conquistar o preservar tu libertad.

Otro general y otra placa, la que hay en el monolito dedicado a Torrijos en la malagueña plaza de la Merced, me vienen a la memoria cuando pienso en el precio de la libertad: «A vista de este ejemplo, ciudadanos, antes morir que consentir tiranos». Por desgracia las lecciones de la historia se olvidan pronto, hoy la tiranía vuelve a tener cierto prestigio. Sobre todo si la tiranía es de la multitud. Desde los medios de comunicación, desde la política, desde las redes sociales, se instiga a la multitud a ejercer el poder a la manera del tirano. El pueblo, o las bases, dicen quienes los halagan, siempre tienen la razón, y su voluntad, sin cortapisas, debe ser la ley.

La Biblia dice que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, pero probablemente sea al revés: los hombres construimos a los dioses a nuestra imagen y semejanza. Los pueblos amables y pacíficos suelen tener dioses benignos, los pueblos crueles tienen dioses sanguinarios. Y lo que decimos de los dioses también lo podemos decir de las comunidades políticas que formamos los seres humanos. Los líderes populistas construyen a sus pueblos, o a sus bases, a su imagen y semejanza.

En este tiempo, al que llaman el momento populista, hay cada vez más gente construyendo dioses, unos dioses enormes y convencidos de que poseen la verdad, pero no una verdad que nace de la deliberación con otros, sino la verdad verdadera, una verdad que nace de las entrañas de la rabia, de la roca viva de la compasión hacia quienes sufren la injusticia. Esos nuevos dioses no dialogan, no negocian, solo buscan saciar una sed muy grande.

Que nadie se confunda, no es la sed de los que sufren carencias materiales, ni es una sed de justicia, la que tratan de aplacar, es una sed de poder. Ya empiezan a aparecer políticos que quieren todo el poder para cumplir de manera total e inmediata los deseos de sus engreídos dioses, de ese pueblo, o de esa parte del pueblo, no importa su tamaño, que ellos han decidido que es el verdadero pueblo, la verdadera nación, o las verdaderas bases, da igual. Cuando alguien me habla, y no lo hace en su nombre, sino en nombre del inmenso cabreo del pueblo, la nación, o las bases, ya sé a lo que atenerme. Sin esperanza, sin miedo, lo combato, y me da igual si el tirano es uno, o la multitud.

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