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LA TRIBUNA

La política comercial en la era Trump

El presidente de EE UU apuesta por una vuelta a métodos y propuestas que probablemente no sólo sean ineficaces para promover el empleo, sino que perjudicarán a los consumidores

ENRIQUE FEÁS. TÉCNICO COMERCIAL Y ECONOMISTA DEL ESTADO. ANALISTA DE AGENDA PÚBLICA

Lunes, 13 de febrero 2017, 09:27

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La incertidumbre y la precipitación han marcado los primeros pasos de la política comercial en la era Trump. No obstante, quizás ya es momento de hacer unas primeras reflexiones sobre las líneas maestras de la política comercial apuntadas por el presidente Trump y su principal asesor en materia comercial, Peter Navarro -director del nuevo Consejo Nacional de Comercio y conocido por sus ataques a China-, que podrían resumirse en tres: el fin del multilateralismo -y la vuelta al bilateralismo-, la defensa de la relocalización industrial y el proteccionismo arancelario-fiscal.

El fin del multilateralismo se puso de manifiesto con el abandono de las negociaciones del Acuerdo Transpacífico (TTP), el anuncio de renegociación del NAFTA y las críticas al Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP) -que se sumaron a las declaraciones incendiarias de su nuevo embajador ante la Unión Europea-. Estos anuncios, sin embargo, no pueden considerarse una sorpresa: el apoyo político al libre comercio lleva ya años resquebrajándose en EE UU, también por el lado demócrata (recordemos el Buy American de Obama, o el giro de Hillary Clinton respecto al TPP). El rechazo al TPP tendrá, desde luego, efectos geopolíticos -como dejar en bandeja a China el liderazgo económico y comercial de Asia-Pacífico-, pero es pronto aún para saber sus consecuencias. En cuanto al NAFTA, al que vincular con la caída del empleo manufacturero es más que dudoso, una actualización del acuerdo sería razonable -dado el tiempo transcurrido-, pero una pelea agresiva por ver quién obtiene más contrapartidas pondría en peligro el propio acuerdo, como ya ha advertido el presidente mexicano.

Aunque los acuerdos comerciales regionales han de valorarse siempre con cautela -ya que impulsan el comercio, pero también lo distorsionan-, el principal argumento de Navarro para criticarlos es que no se pueden aprovechar porque los países como China, Japón o Alemania 'engañan' a EE UU manipulando sus monedas para mantener un superávit comercial. El argumento no es evidente, ya que otros muchos factores simultáneos influyen en la competitividad (calidad, disponibilidad.) y el tipo de cambio (dinamismo relativo de las economías, oportunidades de inversión.). En cualquier caso, suprimir los acuerdos regionales no solucionará este problema, que debería afrontarse en el marco de la cooperación monetaria dentro del G20. Tampoco impulsar en su lugar el bilateralismo, no sólo porque es un retroceso, sino porque una de las grandes ventajas de los acuerdos comerciales regionales -a menudo olvidada- es que suelen incluir un acuerdo sobre normas de origen acumulativas, que delimitan claramente qué parte de la transformación dentro de una cadena de valor multinacional corresponde a cada país, algo que a Navarro le debería interesar defender.

La Administración comercial de Trump pretende asimismo promover la relocalización industrial, repatriando las cadenas de suministro internacionales de las que dependen muchas multinacionales estadounidenses. Esto prueba que no entiende bien el concepto de la 'curva de la sonrisa': en las industrias modernas el valor añadido a lo largo de una cadena global ya no se concentra tanto en la propia fabricación como en las actividades previas (desarrollo conceptual, I+D, fabricación de componentes clave) y posteriores (marketing, diferenciación de marca y servicio al cliente). Así, el valor añadido del iPhone no está en la fabricación, ni el de Uber se basa en el mero servicio de transporte. Si Navarro o cualquier político quiere potenciar la industria, lo que ha de potenciar es la alfabetización tecnológica y la formación de los trabajadores, más fáciles de proteger que unos empleos que ya no volverán -o si lo hacen, serán automatizados-.

El proteccionismo arancelario-fiscal, generalizado o individualizado, será el tercer eje de la política comercial de Trump, aunque aún no se haya definido de forma clara. Tras el falso anuncio -desmentido ante el estupor general- de un arancel del 20% para financiar el muro de México, el debate se ha centrado en la propuesta republicana de un impuesto sobre los flujos de caja modificados por el destino con ajustes en frontera (DBCFT), idea que se remonta al Informe Meade de 1978. Aparte de los problemas de compatibilidad con la OMC, resulta llamativa la insistencia en su justificación como respuesta al perjuicio que supone el IVA europeo para las empresas estadounidenses, algo simplemente falso: el IVA es por definición neutral respecto al comercio. Quizás la clave de esta falacia oculta simplemente que un DBCTF -que equivale a una combinación de un IVA neutral con un subsidio para el empleo de factores de producción nacionales- supone en la práctica sustituir un impuesto directo sobre los beneficios por un impuesto indirecto regresivo sobre los consumidores, mucho más difícil de vender políticamente.

En suma, aunque aún es pronto para sacar conclusiones, la nueva política comercial estadounidense empieza mal, con una vuelta a métodos y propuestas que, de confirmarse, probablemente no sólo sean ineficaces para promover el empleo, sino que perjudicarán a los consumidores -vía encarecimiento de las importaciones en un país con un importante peso del consumo- y desestabilizarán el comercio y la demanda mundiales.

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