Borrar
LA NUBE DOBLE

LOS GOYA RUSHMORE

Juan Francisco Gutiérrez

Lunes, 6 de febrero 2017, 09:06

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Por dos escaleras paralelas desfilaron el sábado en la gala de los Goya casi todos los padres fundadores de lo más reciente del cine español. Los escalones eran tan empinados, los contrapicados tan agudos, que para la audiencia la chicha estaba más en fijarse si alguien se despeñaba que en las propias faces o en el 'brilli-brilli' de los engalanados. Por si fuera poco desde lo alto de la platea algunos planos mostraban, presidiendo el cotarro, a cuatro bustos de escayola con el rostro de Goya, iguales que los trofeos pero sin baño metálico. Una suerte de 'Monte Rushmore' americano, esa montaña con cuatro efigies presidenciales talladas a lo grande. Una metáfora goyesca a pequeña escala de una gala con nuestras patrias medidas: con mucha firma drapeada de moda nacional blanca, con toda la flor y nata pero sin Sigourney Weaver, que no vino. Y con un guiño continuo a quienes tienen cerca estatuillas del tío Oscar: Almodóvar, Penélope, Amenábar y hasta el candidato de este año por 'Timecode', sin pasar por Trueba o Bardem, que tampoco estuvieron.

En esta suerte de Acrópolis castiza y orquesta arracimada con sacerdote, vino a ocurrir lo clásico: el reparto previsto de premios, salvo la sorpresa de Emma Suárez por sus papeles de madre con hijo/a desaparecido/a, en ambos con su bello rostro esculpido con cinceles de tristeza. Rovira se atrevió este año con su particular batalla de las Termópilas tuitera y salió reforzado, pues tuvo chistes mejores en el arranque, aunque luego brillase más por su ausencia. A golpe de martillo de reloj, de prisas al ritmo del sube-y-baja, la cosa estuvo entre sosa y espartana pero no breve, pues nos dieron la una en La 1. El pliegue emotivo estuvo en los ojos de Bayona, de Sílvia Pérez Cruz y de la hija de Ana Belén, arrobada ante su figura de cariátide eterna recién florecida. Y también en la felicidad de Anna Castillo y su premio por 'El olivo', ay, esa obra menor pero neoclásica de Icíar Bollaín, una de nuestras pocas madres fundadoras, quizá la más injusta olvidada de este año por la Academia.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios