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GOLPE DE DADOS

Eutanasia animal

Alfredo Taján

Jueves, 12 de enero 2017, 09:20

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En la madrugada de ayer gimoteaba en mi cama después de releer un relato de Truman Capote publicado en 1956 en la prestigiosa revista 'Harpers Bazaar' -refugio de Truman desde que decidió marcharse del no menos prestigioso 'New Yorker'; lo cierto es que se me saltaron las lágrimas al terminar el relato, 'Un recuerdo navideño', que años después haría célebre Geraldine Page en una superproducción televisiva. Debo confesar que la experiencia de su lectura es superior, cualquier lector del cuento original descubrirá una hazaña estilística aún más difícil que cualquier actuación ante las cámaras, aunque sea la de Page, que, no obstante, como actriz le daba veinticinco vueltas a su adonis y marido, un tal Paul Newman. La traducción al español de Enrique Murillo para Anagrama, trasladó el delicado aliento de la narración de Capote, provista de una prosa cristalina que describe paisajes y emociones sublimes a través de una brillante economía narrativa; Capote elude el sentimentalismo para instalarse en una evocación agridulce de su infancia en el Sur -'Oh Moon of Alabama'-, en la que los perfiles son nítidos, el mezquino se transforma en un ruin, y la bondad aparece rodeada de malnacidos, como la vida misma; se trata del Capote de 'El arpa de hierba' pero todavía más denso, en trago corto. Entre los dos protagonistas, amigos indestructibles, una anciana y un niño, destella un tercer personaje, una perrita, una terrier «anaranjada y blanca», que ha sobrevivido a la maldad, a las patadas, al mal humor del hombre, y ahora es feliz y acompaña a sus protectores y duerme a pierna suelta en un antiguo coche de bebé. Se llama 'Queenie' (Reinita en español) y al final muere de una coz repentina que le propina un caballo hosco y mal encarado. 'Queenie' no sufre, no llega a enterarse del dolor: es envuelta en una sábana de hilo y llevada en su carricoche a un prado donde se la entierra junto con sus huesos predilectos. Para el niño se producirá una amputación insustituible en esta muerte absurda, su primera muerte, para la anciana, resulta aún más doloroso porque anuncia su propia muerte.

Por este motivo cuando hoy me entero del sacrificio, frío e higienista, de más de dos mil animales, en la Protectora de Torremolinos, ha crecido en mí una indignación que me hace no pedir, sino exigir, a los tribunales, que caiga todo el peso de la ley sobre la condenada Carmen Marín y sus cómplices, que realizaban sus proezas asesinas subiendo la música, festejando, paradójicamente, la matanza. Para colmo de los males se congelaban vivos a los pobres perros y gatos agonizantes, convirtiéndolos en auténticas víctimas de la mayor alimaña de todo el universo: el ser humano, que al tocar fondo resulta el más vil de todos los hijos ¿de Satán? El humano que no ama a los animales es incapaz de amar a su prójimo. San Agustín nos advirtió que entre nosotros y Jesucristo hay un larguísimo cordel de seres vivos, todos hablan a su manera, incluso los más fieros, aunque ninguno es capaz de engañar, traicionar o aniquilar como nosotros mismos. ¡Qué asco y qué vergüenza!

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